Espacio informativo con las principales novedades literarias tanto para escritores, poetas y amantes de la literatura en general.
Permite la libre circulación de ideas y admite colaboraciones desde cualquier lugar del mundo.

lunes, 10 de enero de 2011


La Historia se escribe así

“La historia la escriben los hombres, los vencedores y, casi siempre los blancos”. A las mujeres se les arrebata el trozo de historia que protagonizan. La narración tiene forma de novela biográfica. La biografía es la historia de una persona. Si destacas, si formas parte de los gobiernos o de las instituciones, tienes biografía.

Enrique Jardiel Poncela recurre a su tono jocoso para afirmar: «Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que ocurrió». La falta de fidelidad a los hechos no solo plantea una visión sesgada. También altera el papel de los protagonistas y los secundarios del relato. Sin ser ninguna sorpresa, la escritora Isabel Allende identifica el filtro de mayor calado: «La historia la escriben los hombres, los vencedores y, casi siempre los blancos».

Por lo tanto, a las mujeres se les arrebata el trozo de historia que protagonizan. No solo ese boletín oficial de los acontecimientos describe las hazañas de los mejores, en cuyas manos reside la administración política y social, sino que silencia la existencia de las mujeres que destacan contra viento y marea. Allende escribe precisamente Inés del alma mía para devolver a esa española valiente el reconocimiento que le corresponde en la fundación de Chile.

La narración tiene forma de novela biográfica. La biografía es la historia de una persona. Si destacas, si formas parte de los gobiernos o de las instituciones, tienes biografía. Y, si la tienes, puedes pasar a formar parte de la historia. El velo que los hombres han impuesto al protagonismo de las mujeres cubre las estanterías, huérfanas de tomos sobre la vida y milagros de las que participan en la construcción de una ciudad, de un país, de una ciencia. Por fortuna, la corriente para recuperar esa parte perdida del acervo común es caudalosa y fluye con fuerza. Su último ejemplo es el Diccionari Biogràfic de les Dones, un trabajo hecho en los territorios de habla catalana que recuerda que las mujeres estaban ahí aunque las epopeyas no lo certifiquen. En la letra p aparece Montserrat Pérez Iborra. Ella fundó (1939) y dirigió la conocida escuela del Eixample barcelonés y fue también la primera mujer en licenciarse en la Facultad de Ciencias de Barcelona, en 1931. Es una historia.

No es la única ni la más destacada de este compendio, pero sin ella el relato de Barcelona no estaría completo. Las mujeres, puede que por su condición de supervivientes, casan mejor con la actividad, con el cambio, con la viveza. De esta pauta aprendida surge natural la movilización de numerosos colectivos contra el silencio y a favor de la exposición pública de las biografías de mujeres. El objetivo es recopilar y contar historias.

Sus páginas de acogida seguirán abiertas porque la igualdad también tiene su cuota de déficit en los libros y los relatos que siguen pasando amputados de una generación a otra. No se puede borrar ese lunar llegado directamente al brazo a través del ADN. ¿Entra o no entra en el debate sobre la memoria histórica?

El hecho es que en algún momento de nuestro pasado las mujeres quedaron decididamente relegadas. Sorprende ese regateo a la historia cuando descubres biografías como la de Enheduanna (Babilonia, alrededor del 2280-2200 aC). La matemática y astrónoma más importante del imperio sumerio fue la primera persona de la que se tiene constancia que firmara su obra. Fue la mejor. Por eso, profesionales y universidades intentan reconstruir sus legados, sumando el trabajo de las mujeres que rasgaron los velos impuestos.

Ellas intentaron hacer historia. Olimpia de Gouges, por ejemplo, pensó que la revolución francesa, con su libertad, igualdad y fraternidad, era para todos. Pero los jacobinos dieron una muestra más de su guillotina fácil en el cuello de esta escritora y revolucionaria por su osadía de querer compartir la historia con su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadanía (1791), la primera en pedir igualdad. Luego, la crónica -esa que no figura en los libros- cuenta que una mujer, la noble española Teresa Cabarrús, desempeñó un papel decisivo en la muerte del gran jacobino Robespierre. Y esta no es una historia.

Si queremos entender nuestro pasado, no puede haber tantas páginas en blanco. Ya está bien de que así se escriba la historia. Eva Peruga Defensora de la Igualdad de El Periódico./LIVDUCA


No hay comentarios:

Publicar un comentario