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viernes, 4 de marzo de 2011

¿Quién valora los libros electrónicos para estipular los precios pactados?



Si los libros electrónicos tuviesen la mitad de presencia comercial que tienen en los medios de comunicación no hay duda de que estaríamos, ahora sí, en una verdadera revolución cultural. Por ahora, debemos conformarnos con noticias sobre la evolución de las ventas, avisos de nuevos dispositivos o iniciativas personales de escritores. Estos días han sido varias las novedades, y las polémicas, que apuntan directamente al desarrollo del sector, al futuro editorial del libro electrónico. Por un lado, la investigación de las autoridades europeas de la competencia sobre la política de precios en Francia, por otro, las condiciones que la editorial Harper Collins quiere imponer a las bibliotecas en Estados Unidos.

En Francia agentes de la Comisión Europea han registrado las sedes de varias editoriales, parece ser que se trataría de Hachette, Flammarion, Gallimard y Albin Michel, buscando pruebas de un pacto en el precio de los libros electrónicos de estas editoriales, lo que vulneraría las normas de competencia de la Unión. Las editoriales acusan a Amazon de estar detrás de las denuncias que habrían llevado a esta investigación, dentro del tira y afloja que están protagonizando el mundo editorial francés y el gigante americano.

Así, mientras Amazon intenta evitar que le digan a qué precio debe vender sus libros, parece que algunos editores franceses habían decidido ir más allá y pactar directamente los precios entre ellos, una práctica que ya fue investigada hace unas semanas en el Reino Unido.

En estos momentos, Francia está discutiendo un cambio legislativo que permitiría a los editores fijar el precio de sus libros electrónicos se vendan donde se vendan y opere la tienda donde de opere, lo que traducido a la venta en Internet implicaría la imposibilidad de encontrar diferentes precios para los mismos productos, lo que atenta directamente contra la competencia. La legislación europea de los ochenta permitió que los editores fueran los que deciden los precios, en una excepción cultural proteccionista, frente al liberalismo general de la CE, pero que encontraba el límite en no interferir en el intercambio comercial entre países. En España, la legislación indica que los editores pueden marcar el precio de los libros pero sólo dentro del ámbito estatal.

Tenemos, por tanto, a unos presuntos delincuentes pactando presuntamente precios e intentando mantener su nicho de mercado sea como sea. Este segundo punto es el que ha llevado a la editorial Harper Collins a intentar que las bibliotecas estadounidense acepten unos términos de contrato de compraventa de libros electrónicos que, si no fuera porque el mundo en el que estamos todo es posible en nombre del mercado, debería hacer reír a más de uno; por si acaso se le ocurre sonreír a alguno, la editorial pertenece al grupo Murdoch.

Harper Collins pretende que los libros electrónicos que adquiera la biblioteca puedan ser prestados un máximo de veintiséis veces, desapareciendo entonces de la colección. Es decir, la biblioteca compraría el acceso al libro, no el libro en si, siguiendo el modelo de negocio que otros avezados capitalistas, los editores de revistas electrónicas, llevan explotando desde hace años. La diferencia principal sería que las revistas electrónicas vienen provistas con extras maravillosos para la investigación mientras que Harper Collins ofrece exactamente el mismo producto, pero solo durante un rato. Eso sí, si la biblioteca lo compra otra vez probablemente le salga más barato al no ser novedad. Ante tanta benevolencia muchos bibliotecarios americanos han puesto el grito en el cielo e incluso empiezan a plantearse si no se está llegando al límite.

Aunque los requerimientos de Harper Collins van más allá, el miedo es que si se acepta esto otras editoriales exigirán los mismos derechos draconianos y que es muy poco el margen de acción de las bibliotecas. Una de las propuestas que pueden marcar el camino, y no solo para las bibliotecas, es negarse a comprar libros con DRM (el usuario de libros electrónicos siempre puede encontrar lo que no haya en la biblioteca de manera bastante sencilla, aunque esto es algo que nunca se le explicará en el mostrador de información). Otra opción sería hacer como los lobbies editoriales y dedicar parte del presupuesto a contratar abogados.

Proteccionismo, pacto de precios, libros que se autodestruyen… si estas son algunas de las propuestas que vienen del mundo editorial para afianzar el mercado del libro electrónico creo que vamos a acabar todos con carnet del partido pirata pero, mientras tanto, podemos pensar en la siguiente propuesta, una carta de derechos de propietarios de libros electrónicos presentada en el blog Librarian in Black.

Todo los usuario de libros electrónicos tiene los siguientes derechos:

El derecho a usar libros electrónicos según directrices que favorezcan el acceso frente a la propiedad

El derecho de acceso a libros electrónicos en cualquier plataforma tecnológica, incluyendo el hardware y el software que el usuario elija

El derecho de anotar, citar pasajes, imprimir y compartir el contenido de libros electrónicos respetando los derechos de cita y autor (fair use y copyrigth en el original; fair use sería “uso justo” un concepto más amplio que cita)

Aplicación de la doctrina de la primera venta extendida a los contenidos digitales, permitiendo que el dueño de libros electrónicos el derecho de conservar, archivar, compartir y volver a vender libros electrónicos comprados./LECTURALIA/LIVDUCA

domingo, 27 de febrero de 2011

Distribución de libros gratuitos ¿conlleva ventajas o desventajas?


Reconozco que este es un tema que me interesa especialmente, el de si es posible que la distribución de forma gratuita de elementos de la industria cultural (llámense libros o películas, sobre todo) a través de Internet puede suponer, más que un perjuicio, todo lo contrario, una ventaja competitiva o incluso un acicate para el consumo. Antes de nada tengo que especificar a qué me refiero al mencionar el término de “industria cultural”: estoy hablando de aquellas expresiones culturales que son reproducibles de forma mecánica. Es ésta una simplificación absurda del verdadero significado del término, lo sé, pero creo que es la más comprensible, ya que da a entender que una película o un libro, al ser reproducibles al 100%, forman parte de esta entelequia que yo he llamado “industria cultural”, en contraposición a hechos culturales únicos e irreproducibles (al menos en su totalidad) como pueden ser obras de teatro, espectáculos de danza u obras pictóricas.

Las industrias culturales son, de entre todas las manifestaciones culturales existentes, las más lucrativas, y es obvio que la razón es que pueden reproducirse hasta el infinito sin que la intencionalidad (y la calidad) de la obra se resienta, lo que les confiere un valor económico intrínseco del que carecen otras expresiones artísticas.

Los libros, pues, como elementos reproducibles de forma mecánica, se han convertido en una mercancía de fácil distribución. La piratería está haciendo estragos en la literatura, como antes lo hizo con las obras cinematográficas o musicales. Esto, que es un hecho constatado, ¿es intrínsecamente negativo? Algunos autores consolidados como Neil Gaiman así lo pensaban, pero los hechos les hicieron replantearse sus ideas preconcebidas. Gaiman, vinculado no sólo al mundo de la literatura sino también al del cómic (y al de la música, debido a su relación sentimental con Amanda Palmer) era un firme detractor de la distribución gratuita de obras a través de la red. Sin embargo, se atrevió a dar un paso adelante y permitió que su novela American Gods estuviera durante varias semanas disponible gratuitamente en Internet. El resultado de la experiencia le sorprendió: el libro no sólo no se vendió menos, sino que triplicó las ventas estimadas, al tiempo que se multiplicaron los pedidos de otras obras de Gaiman. Según él, la posibilidad de poder leerle de forma gratuita (y legal) posibilitó que muchas personas que de otra forma no hubieran tenido la posibilidad de acercarse a su obra le conocieran, ampliando el mercado de una manera impensable.

Ya en España, el desconocido autor Bruno Nievas, tras muchos intentos para que su novela Realidad aumentada se editara de forma tradicional, decidió colgar su obra en la Red. Tras unas pocas semanas la novela acumula, a día de hoy, más de treinta mil descargas, número que sigue subiendo de forma espectacular día tras día. Más allá del altruismo que se presupone a muchos autores, que públicamente opinan que prefieren ser leídos a comprados, hay que decir que Nievas ha convertido su novela en un auténtico viral, demostrando que Internet sirve para algo más que para el intercambio de archivos prohibidos y el porno. Sí, la cultura (en este caso la literatura) también puede beneficiarse de la gratuidad y facilidad de uso de la Red de Redes, y ¿quién sabe cuántos ejemplares de su novela podría vender Nievas ahora mismo aunque su novela esté disponible de forma gratuita?/Editor Lecturalia/LIVDUCA