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viernes, 6 de enero de 2012

“Los lectores son un género que está desapareciendo. Escritores hay muchos, pero lectores...”





















Jorge Luis Borges, "Elogio de la sombra" (1969)

Que otros se jacten de las páginas que han escrito;

a mí me enorgullecen las que he leído.

No habré sido un filólogo,

no habré inquirido las declinaciones, los modos,

la laboriosa mutación de las letras,

la de que se endurece en te,

la equivalencia de la ge y de la ka,

pero a lo largo de mis años he profesado

la pasión del lenguaje.

Mis noches están llenas de Virgilio;

haber sabido y haber olvidado el latín

es una posesión, porque el olvido

es una de las formas de la memoria, su vago sótano,

la otra cara secreta de la moneda.

Cuando en mis ojos se borraron

las vanas apariencias queridas,

los rostros y la página,

me di al estudio del lenguaje de hierro

que usaron mis mayores para cantar

espadas y soledades,

y ahora, a través de siete siglos,

desde la Última Thule,

tu voz me llega, Snorri Sturluson.

El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa

y lo hace en pos de un conocimiento preciso;

a mis años, toda empresa es una aventura

que linda con la noche.

No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,

no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;

la tarea que emprendo es ilimitada

y ha de acompañarme hasta el fin,

no menos misteriosa que el universo

y que yo, el aprendiz.

Cuando descubrimos la Lectura, se nos abre un mundo nuevo de ideas y sin querer nos convertimos en Idearios y si de convertir se trata, podemos cambiar lo escrito por otros y darle el sentido que queramos desde nuestra propia perspectiva.

Y así vamos formando una cadena que tanto a escritores como a lectores, eslabones de ésta, nos une un solo punto.

La Pasión.

Motivarnos a leer es el Primer Paso. Tenemos un sin fin de temas que desde pequeños nos podemos interesar. La lectura corta y sencilla, es la mejor opción para no caer en el Tedio y llegar al hartazgo.

Una vez motivados, debemos dejarnos llevar por esa semilla de Pasión.

Te aseguro que no vas a dejar tan facil al libro, y si el libro quiere nos acompañará el resto de nuestra vida.

Entrevista de dos grandes Intelectuales hecha hace más de 25 años, Donde Borges tiene un contrapunto con Susan Stontag en la forma de ver este fenómeno

En 1985, cuando comenzaba la primera edición de la Feria del Libro de Córdoba, se produjo en la 10ª edición de la Feria del Libro de Buenos Aires un encuentro público memorable, entre Susan Sontag y Jorge Luis Borges. Ese encuentro fue presentado como la “reunión de dos de las mentes más brillantes del siglo 20”.

Ante un público que los ovacionaba y casi impedía la continuidad del diálogo, Susan Sontag (intelectual estadounidense, escritora, artista, directora de cine y teatro, militante de los derechos humanos), recibió con una reverencia a nuestro Jorge Luis Borges y le recordó otra reunión similar en Nueva York: “Aquí estamos otra vez como Laurel y Hardy, representando nuestro número”, y de allí en más se transformaron en cómplices, más que por la lucidez y universal originalidad de sus mentes, por la apasionada relación de ambos con la lectura.

Hace un cuarto de siglo en esa feria se empezaba a hablar del fin del libro. Sontag y Borges no se dieron por aludidos porque estaban leyendo.

–Susan Sontag: Creo que ser escritor es una vocación muy extraña. Casi todos los escritores que conozco, incluso yo misma, sabían desde muy temprana edad que querían ser escritores, desde los seis o siete años.

–Jorge Luis Borges: Yo siempre supe que mi destino era literario, no sé si escritor, pero sí lector; es más grato, siempre lo supe.

–SS: ¿Usted se imaginaba los libros que iba a escribir?

–JLB: No, nunca pensé eso... pensaba en el placer de leer, en el placer de escribir, pero en publicar, no, jamás.

–SS: ¿Cree que hubiera podido ser un escritor como Emily Dickinson, que no publicó nunca durante toda su vida?

–JLB: Sí, pero he cometido la imprudencia de publicar (risas). Estoy de acuerdo, desde luego, con el destino envidiable de Emily Dickinson. Si uno no publica, me dijo Alfonso Reyes, corremos el riesgo de pasarnos la vida corrigiendo borradores. Creo que tenía razón. Pero yo, por ejemplo, publico un libro y no leo nada de lo que se escribe sobre él; no sé si se vende o no, trato de soñar otras cosas, un libro distinto... Pero generalmente me salen parecidos al anterior.

–SS: Alguna vez le preguntaron a Paul Valéry cómo hacía para saber cuándo estaba listo un poema y Valéry le respondió: “Cuando viene el editor y se lo lleva, porque siempre podría mejorarlos o cambiarlos”.

–JLB: A mí me asombra tanto que se hable de edición definitiva... ¿Cómo puede saber el autor que no se va a arrepentir de un punto o de una coma, o de un adjetivo? Es absurdo eso de edición definitiva. ¡Cómo edición definitiva, si el idioma va cambiando también!

–SS: Yo también siento que me gustaría volver a escribir casi absolutamente todo lo que he escrito.

–JLB: Yo quisiera destruir todo lo que he escrito (risas) pero... podría salvar algún libro: El libro de arena, lo demás podría olvidarse. Bueno, quizás La cifra también, lo demás puede y debe olvidarse, sobre todo las Obras Completas (risas).

–SS: ¿Tiene favoritos, entonces?

–JLB: Sí.

–SS: Cuando vuelvo a leer lo que he escrito, trato de hacerlo lo menos posible, obligada por las reediciones. Me siento muy deprimida porque creo que fue malísimo y me avergüenzo de que exista. O, por lo contrario, pienso que fue tan bueno que no voy a volver a escribir algo tan bueno.

–JLB: A mí me pasa también sentir envidia, decir: ¡Ojalá yo hubiera escrito eso!

–SS: Creo que mi imaginación no es tan fuerte como la suya, porque no puedo siquiera imaginarme escribir sin publicar. ¿Usted puede imaginárselo?

–JLB: Yo publiqué mi primer libro a los 24 años, pero no pensé en la venta ni en darlo a conocer a los diarios...

–SS: Para mí, la publicación es una forma de deshacerme de ellos; de no tener que corregirlos más. Es decir que yo tengo que mantener los caños destapados, entonces los publico y no pienso más en ellos.

–JLB: Lo que yo hago es cambiar de temas.

–SS: No sólo cambiar de temas sino también de opinión; lo cual es bastante incómodo, pues la actitud adulta responsable es estar parado siempre detrás de lo que uno ha escrito, respaldándolo.

–JLB: Esa es una actitud comercial, sobre todo.

–SS: No, no creo que sea comercial. Existen libros míos publicados hace 20 años y si algunos los leen no es culpa de nadie que el tiempo haya pasado. Si veo a un joven que lee un libro que escribí 20 años atrás, me sentiría muy poco amable diciéndole que eso ya no me interesa. Eso no significa que no esté contenta porque se están leyendo mis libros. Sólo siento que algunos ya no me atañen más. Mi tarea es estar más allá de mis libros. Es una especie de posición esquizofrénica, porque una parte mía quiere que sigan siendo leídos, pero hay otra parte que es la creativa, entonces me interesa lo que estoy escribiendo ahora o lo que haré en el futuro. También me pasa que cuando hago algo tengo la necesidad de contradecirlo y me siento libre de contradecirlo porque ya lo hice. Por ejemplo, una postura que pude haber tomado, con total honestidad, de pronto la veo distinta; es por eso que me gusta más hablar de las obras de otras personas. ¿Está de acuerdo con algo de esto?

–JLB: Yo nunca releo lo que escribo, es más: me olvido, es como una purificación.

–SS: Es que parece que uno no tiene el mismo acceso a las obras propias como a las de los otros. Para mí, la definición de un libro importante es que se necesita leerlo más de una vez.

–JLB: Sí, sí... los otros son simulacros.

–SS: Claro, la definición que doy a la buena literatura es el volver necesariamente a esos libros, hacer una especie de familia con ellos, un discurso en donde uno es parte.

–JLB: En el caso de la poesía, ésta tiene que ser ligeramente misteriosa, no puede ser explicable; si el poema puede ser explicado casi no es poesía. Tiene que haber algo en las cadencias...

–SS: ¿Qué piensa de la diferencia entre prosa y poesía? Yo soy un poco incrédula de las dicotomías; ni bien uno mira profundamente, las distinciones se derrumban...

–JLB: No yo creo que la diferencia no esté en el texto, sino en el lector; el lector que lee una página en prosa espera razonamientos, noticias, informaciones; pero el que lee una página en verso sabe que tiene que emocionarse antes que nada.

–SS: Yo voy a tomar la postura opuesta, porque por ejemplo, si Dante es poesía ciertamente también es argumento e información; si Kafka es prosa no hay en él ni noticia ni información. Yo no creo que la distinción es entre lo que tenga información y argumento y lo que no.

–JLB: Yo no he dicho que lo que mejor busca el lector es una cosa... Por ejemplo un clásico, no es un libro que esté escrito de un modo, es un libro leído de un cierto modo, con más respeto.

–SS: Entonces cree usted definitivamente que la diferencia radica en los lectores, en la diferencia entre ellos.

–JLB: Claro, tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo...

–SS: ¿Qué dice usted cuando alguien le dice que quiere ser escritor?

–JLB: Le digo que sea lector, que es mucho más grato.

–SS: Sí, especialmente a la gente haragana, ¿no?

–JLB: Yo soy haragán (risas).

–SS: Nosotros, Borges, nos pasamos gran parte de nuestra vida leyendo...

–JLB: Es lo más prudente que se puede hacer...

–SS: Yo me asombro cuando mis colegas me preguntan de dónde saco el tiempo para leer.

–JLB: ¿Para qué sirve el tiempo sino para leer? (risas).

–SS: Yo disfruto realmente al leer, pero a veces pienso “¡No puedo estar todo el tiempo leyendo, más vale que escriba un poco!” Pero insisto, para mí el gran placer radica en leer.

–JLB: Sí, sí... un placer accesible al que mucha gente se niega, no sé por qué...(risas)

–SS: Sí, pareciera que leer es también tanto o más fácil que ver televisión.

–JLB: Claro, claro, mirar televisión enferma; por suerte a mí la ceguera me defiende...(risas).

–SS: Tenemos que aumentar la comunidad de lectores.

–JLB: Los lectores son un género que está desapareciendo. Escritores hay muchos, pero lectores...

–SS: Creo que precisamente por eso es que son tan importantes estas ferias de libros.

–JLB: Claro, para fomentar las sectas de los lectores, las sociedades secretas de los lectores...

–SS: Entonces... ¡qué vivan por mucho tiempo las ferias de libros!

(Risas y muchísimos aplausos)/Taringa/LIVDUCA/Arch. Priv.

Poetas Malditos y la Balada de las lenguas envidiosas










Del francés Les Poètes maudits, (Los poetas malditos), es un libro de ensayos del poeta francés Paul Verlaine publicado por primera vez en 1884, y luego en una versión aumentada y definitiva en 1888.

En esta obra se honra a seis poetas: Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Auguste Villiers de L'Isle-Adam y Pobre Lelian ("Pauvre Lelian" en el original francés, anagrama del propio Paul Verlaine). Los comentarios de los autores que dio Verlaine, quien conoció personalmente a la mayoría, tratan sobre el estilo de su poesía y de anécdotas personales vividas con ellos.

Verlaine expuso que dentro de su individual y única forma, el genio de cada uno de ellos había sido también su maldición, alejándolos del resto de personas y llevándolos de esta forma a acoger el hermetismo y la idiosincrasia como formas de escritura. También fueron retratados como desiguales respecto a la sociedad, teniendo vidas trágicas y entregados con frecuencia a tendencias autodestructivas; todo esto como consecuencia de sus dones literarios.

El concepto de Verlaine acerca poeta maldito, fue en parte tomado del poema de Baudelaire llamado Bendición, que inicia su libro Las flores del mal. El uso de esta expresión y del término malditismo se generalizó luego para referirse a cualquier poeta (o a un escritor de otros géneros o incluso a un artista plástico) que, independientemente de su talento, es incomprendido por sus contemporáneos y no obtiene el éxito en vida; especialmente para los que llevan una vida bohemia, rechazan las normas establecidas (tanto las reglas del arte como los convencionalismos sociales) y que desarrollan un arte libre o provocativo.

Entre los literatos que han recibido el calificativo de malditos estarían también, aparte de Verlaine y de su grupo, escritores como Charles Baudelaire, Thomas Chatterton, Aloysius Bertrand, Gérard de Nerval, el conde de Lautréamont, Petrus Borel, Charles Cros, Germain Nouveau, Antonin Artaud, Émile Nelligan, Armand Robin, Olivier Larronde, Innokienti Ánnienski, John Keats, Edgar Allan Poe y de manera especial François Villon.

El rótulo de “poeta maldito” posiblemente se haya inventado para Francois Villon, de no ser así igualmente lo merecería y éste a su vez respondería con sonrisa socarrona y soslayada mirada.

Pícaro, vagabundo, escandaloso, chocante, provocador, implacable, sarcástico, irónico, bufón, maravilloso, maldito, satírico e inmisericorde con sus enemigos. Todos éstos son algunos de los epítetos y calificativos que han servido para identificar al poeta y su poesía, a François Villón, héroe o antihéroe según el juicio de cada quién. Venido al mundo en el año de nuestro señor 1431 en La Francia medieval, como François de Montcorbier, se hace bachiller en artes y más tarde licenciado en la universidad de París, gracias al cuidado de su amigo y protector Guillaume Villón, clérigo y capellán de Saint-Benoit le Bétourné, quien le da su apoyo y le empuja en los estudios eclesiásticos, quizás adivinando el carácter poco prometedor del joven con la esperanza de cambiarlo. Intento infructuoso. Ya clérigo y maestro del Buen Decir (poeta de bellaquerías), les recita (pues esta forma poética, el Dit, no se cantaba, se decía), a los chulos y prostitutas, con quienes se junta frecuentemente; se refiere con frecuencia al pedo y a las tetas. Recita a príncipes y a taberneros, a curas y vasallos, a barberos y a zapateros. Poeta de los desarrapados y provocador de los burgueses, de igual modo escribe sobre las bajas pasiones de unos y otros.

Por la originalidad de su poesía y su extraordinario poder evocativo, es considerado por muchos eruditos, el poeta lírico más afamado de Francia, aunque su perfil aventurero le hiciera tomar como armas fundamentales: su ingenio y procacidad.

Cuarteta:

"Yo soy François, lo cual me pesa,

nacido en París, de Pontoise cerca,

en el extremo de una soga tensa,

¿sabrá mi cuello cuánto mi culo pesa?"

Escribía sobre sí mismo con inusual franqueza y autocrítica, pero cometió el error de aplicar a los demás la misma receta, especialmente a los poderosos.

Aunque parezcan estrafalarios, los hechos descritos en su obra son verídicos. Conocía la muerte de cerca, de la cual escapó en más de una ocasión. Acusado de crímenes a veces con razón, y otras, las más, injustamente, así fue condenado a la horca por la muerte de un noble. Se dice que simplemente estaba en el lugar y el momento equivocados y que se le acusó por sus antecedentes. El rey Luis XI le concedió el perdón. Posteriormente fue desterrado por diez años, durante los cuales se le perdió el rastro para siempre.

Se desconoce cuándo dejó este mundo pues su nombre ya no se escucha y se pierde en la historia alrededor del 1470. Su poesía podrá gustar, escandalizar, provocar risa o llanto, pero nunca nos dejará indiferentes.

Su obra poética fue absolutamente indisociable de su vida y nos dejó muchas obras, entre las cuales destacan: Balada de las lenguas envidiosas (1445), La Balada de los ahorcados (1463), El Legado (1446), El Testamento (1461), escritas en francés medio y germania (jerga usada por presos y criminales) siendo esta última de muy difícil traducción y de dudoso valor poético. Voluntariamente descartó el latín para escribir, pese a dominar el idioma.

BALADA DE LAS LENGUAS ENVIDIOSAS

En una mezcla de arsénico de roca;

en trisulfuro, en salitre y cal viva;

en plomo hirviendo, para consumirlas mejor;

en hollín y pez empapados de lejía

hecha de excrementos y orines de judía;

en agua que ha lavado las piernas de leprosos;

en raspaduras de pies y calzados viejos;

en sangre de culebra y en drogas venenosas;

en hiel de lobo, de zorro y de tejón,

¡sean fritas esas lenguas envidiosas!

En sesos de gato que odia pescar,

negro, tan viejo que no tenga un diente en las encías;

de un viejo mastín, que vale igual de caro,

rabioso, en la baba y saliva;

en la espuma de una mula asmática

bien troceada con buenas tijeras;

en agua en que las ratas zambullen hocicos,

igual que ranas, sapos y alimañas peligrosas,

serpientes, lagartos y otros nobles pájaros,

¡sean fritas esas lenguas envidiosas!

En sublimado, peligroso de tocar;

y sobre el ombligo de una culebra viva;

en sangre que se ve seca en las vasijas

de los barberos, cuando llega la luna llena

y que una parte es negra, y la otra, verde cebollino;

en pupas y tumores y en los sucios lebrillos

donde las nodrizas aclaran sus paños;

en los enjuagues de muchachas amorosas

(quien no me entiende no ha visto burdeles),

¡sean fritas esas lenguas envidiosas!

¡Príncipe! coloca esos sabrosos trozos sin hueso,

si no tienes estameña, saco o tamiz,

hazlo en el fondo de unas bragas sucias;

pero antes... en excremento de cerdo,

¡sean fritas esas lenguas envidiosas!

.Fuente: Longseller/wikipedia/Arch. Priv. Durán-Capel/LIVDUCA