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viernes, 29 de julio de 2011

Fallece la escritora y dramaturga húngara Agota Kristof, conocida internacionalmente como la narradora de la infancia cruel





Agota Kristof murió ayer en su casa de Neuchâtel (Suiza) a los 75 años, según anunció su familia a la agencia de prensa húngara MTI. La casa y la familia son importantes. La primera porque tenía ascensor; la segunda -tres hijos, dos exmaridos- porque el núcleo de la obra de Kristof es un análisis sin contemplaciones de los afectos familiares.

Publicó 'El gran cuaderno' con 50 años, una dura obra lanzada en 30 países

"La abuela es la madre de nuestra madre. Antes de venir a vivir a su casa no sabíamos que nuestra madre todavía tenía madre. Nosotros la llamamos abuela. La gente la llama La Bruja. Ella nos llama 'hijos de perra". Este fragmento da bien el tono de El gran cuaderno, la primera novela de Agota Kristof y la que la convirtió en un mito en países como Francia, Alemania o Japón. Escrita con frases cortadas a cuchillo, El gran cuaderno cuenta la historia de dos hermanos gemelos que pasan la guerra -una guerra- en casa de una abuela que no les quiere y a la que no quieren.

Cuando la novela, escrita en francés, se publicó en 1986, el mundo descubrió a una narradora novata de 51 años que llevaba 30 viviendo en el exilio. Kristof, que había nacido en octubre de 1935 en Csikvand (Hungría), cruzó la frontera austriaca en 1956 acompañada de su marido y de su hija de cuatro meses. Cargaban al bebé, una bolsa con pañales y otra con diccionarios. Su padre era maestro y a ella siempre le tentó la literatura. Se la quitó de la cabeza cuando su marido, implicado en la revolución contra el régimen prosoviético, tuvo que abandonar su patria.

La pareja fue enviada a la Suiza francófona y Kristof empezó a trabajar en una fábrica, cómo no, de relojes. El aislamiento y la monotonía hacían imposible aprender otro idioma. La única evasión posible era escribir mentalmente poemas en húngaro que más tarde traducía al francés que iba aprendiendo con la ayuda de su hija.

Con la lengua aprendida, Agota Kristof escribió una serie de obras de teatro que se estrenaron en cafés. Cuando se acercaba a los 50 años pasó dos redactando El gran cuaderno. Mandó la novela a Francia, a tres editoriales. Dos dijeron que era demasiado dura, que no tendría lectores. La tercera, Seuil, la publicó con un éxito que se tradujo en la venta de los derechos a 30 países, en la adaptación a la radio de las piezas teatrales y en una colección de galardones que incluye el Moravia de Italia, el Schiller de Suiza y el premio austriaco de Literatura Europea.

La obsesión por sus personajes hizo que Kristof prolongara sus peripecias en La prueba (1988) y La tercera mentira (1992), dos variaciones sobre un tema que requería pocas. La escritora hablaba de ellos como de "la trilogía" y su última edición española, en 2006, El Aleph los reunió en un solo volumen con el nombre de los protagonistas, Claus y Lucas.

En España, ese año fue el de la recuperación de una obra que cuenta con dos hitos más: la novela Ayer (1995) y la autobiografía La analfabeta (2004). Pese a estar escrita con la misma crudeza que su primera obra, o tal vez por eso, su autora se arrepintió de publicar la segunda. "Eran textos que habían salido en una revista. El editor francés no lo quiso y en Alemania le dieron el premio de la crítica", dijo en una entrevista con este periódico. En esa misma ocasión contó por qué había dejado de escribir: "La escritura es demasiado importante como para hacer algo que no me guste". Vivía en Neuchâtel, en un apartamento que, más que el de una celebridad, parecía el de una estudiante. Un piso tercero. Con ascensor. Y el ascensor, lo decía la propia Kristof, era muy importante. En los últimos años, dos hernias discales apenas la dejaban moverse. Y todavía le gustaba bajar al mercado./Javier Rodríguez Marcos Fuente: El País/LIVDUCA

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