Lo de ponerle el título a un libro se parece a lo de ponerle un nombre a un hijo. Pero en el caso del libro es todavía una cuestión más peliaguda. ¿Gustará? ¿Sintetiza el espíritu de la obra? ¿Es original? ¿Demasiado pedante? ¿Escribo la novela sin título y espero que me llegue por inspiración al rematar la última página? ¿Pongo primero el título y, de ahí, intento que surja toda la historia?
Hay autores que, para acotar un poco estos dilemas, siguen a menudo un estilo semejante. Por ejemplo, Vargas Llosa acostumbra a titular sus obras mencionando dos cosas: La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras, La ciudad y los perros… Juan Carlos Onetti se inspiraba en nombres de óperas o canciones: El caballero de la rosa, La vida breve, La muerte y la doncella… Algunos autores podían llegar hasta límites insospechados, como el escritor argentino Abelardo Arias, que ponía siempre títulos construidos con 13 letras: De tales cuales, Polvo y espanto, Álamos talados…
Cada autor puede confeccionarse sus propias normas a la hora de titular. Algunos, como Andrés Trapiello, son más sistemáticos y atesora títulos para posibles libros y artículos en un cuaderno. Tiene tantos que incluso regala títulos a los amigos que le llaman para consultarle.
Pero también hay autores que no le dan demasiadas vueltas al asunto. Se dejan inspirar por los elementos que tengan más a mano o simplemente ponen lo primero que se les viene a la cabeza. Por ejemplo, Jean Cocteau, tras observar la marca de ascensores de su casa, decidió poner el título El ángel de Heurtevise. Witold Gombrowicztituló Bakalay copiando la palabra de una calle de Buenos Aires. Más poética es la forma en la que Antonio Solertituló El camino de los ingleses:
Lo escribí en Flandes, en una residencia en la que vivió Marguerite Yourcenar, y se llamaba originariamente Sacramento, pero un día que salí a dar un paseo encontré una desviación con ese nombre, El camino de los ingleses, que conducía a un pequeño cementerio militar donde estaban enterrados soldados ingleses muertos durante la Primera Guerra Mundial, y como la novela tiene que ver con las tragedias anónimas, me decidí a cambiarlos.
También es un buen recurso usar una de las frases del libro como título. La frase con la que concluye la obra, la frase con la que se inicia, alguna frase que se repite machaconamente… incluso la frase más banal de todas.
Mención especial merecen los títulos que son palabras inventadas o muy poco comunes. Moriencia, de Roa Bastos.Extravagario, de Neruda. Trilce, de Vallejo (una mezcla de triste y dulce). En mi caso, si echo la vista atrás, me doy cuenta de que he tirado mucho de la palabra rara o inventada para los títulos de mis novelas: Tanatomanía, Jitanjáfora, Bitis…
Dice Jesús Marchamalo en Las bibliotecas perdidas:
Hay títulos, también, que pueden generar curiosos malentendidos. No es fácil dudar con Pedro Páramo-Juan Rulfo respecto a quién es el autor y cuál el título, pero se preguntaba en un artículo el escritor y crítico Ricardo Bada acerca de otros emparejamientos en los lomos de los libros, algunos fáciles: Hector Servadac-Julio Verne, Anna Karenina-León Tolstói; y otros algo más difíciles: Gonzalo Guerrero-Eugenio Aguirre, Felipe Delgado-Jaime Sáenz; y el definitivo Multatuli-Max Havelaar. Siguiendo con la broma, recuerdo que Héctor Yánover, en su libro Memorias de un librero, contaba la anécdota de aquella señora que entró en la librería preguntando por Dostoievsky y Mr. Hyde.
Luego están los títulos más divertidos, extravagantes o concebidos para epatar al personal. Incluso hay la revista británica Bookseller concede el premio a los títulos de libros más raros de la literatura.
El premio al título de libro más raro de los últimos 30 años ha sido concedido a una obra que parece anodina:Greek Rural Postmen and Their Cancellation Numbers (Los carteros rurales griegos y los números de cancelación [de los sellos]). Consiguió el 13% de los votos en el sitio web de Bookseller
El argumento del libro es incluso más curioso que el título: la curiosa historia de más de 17 sacas de cartas no entregadas a sus destinatarios en Elasona, al norte de Tesalónica, y que fue publicado en 1994 por la Organización Filatélica Helénica de Gran Bretaña.
Otros de los finalistas son:
If You Want Closure In Your Relationship, Start With Your Legs (Si quieres acabar con tu relación, empieza cerrando las piernas).
¿Cuán verdes eran los Nazis?, editado por Franz Josef Bruggeimer, Mark Cioc y Thomas Zeller
El delicioso helado de D. Di Mascio: D. Di Mascio de Coventry: Una compañía de helados de buena reputación, con una flota interesante y variada de furgonetas de venta de helado, por Roger De Boer, Harvey Francis Pitcher y Alan Wilkinson/Fuente: Las bibliotecas perdidas de Jesús Marchamalo/Papel en Blanco(LIVDUCA
Las bibliotecas perdidas – Jesús Marchamalo
Los libros que recopilan artículos, reportajes, entrevistas o crónicas suelen ser interesantes, pero aburridos. “Las bibliotecas perdidas”, sin ser una obra que alcance la excelencia artística, se aleja de esa tendencia por el buen humor y la abundancia de documentación que acompañan a cada una las piezas.
Marchamalo ha reunido en este libro una serie de artículos que se han publicado en los últimos siete años en el suplemento ABCD (cultural del diario ABC), siempre relacionados con el mundo literario. Tenemos textos que hablan sobre las dedicatorias que se escriben en los libros y las extrañas aventuras que corren, apareciendo, desapareciendo e incluso reescribiéndose; sobre la relación entre la inevitable necesidad de trabajar en cualquier oficio para ganarse el pan de algunos escritores, como Kafka, Wallace Stevens o José María Merino, y la relación —peculiar— que entablan con la literatura que escriben; sobre la correspondencia de algunos escritores, de los secretos que se revelan (o se guardan) y de la pertinencia de su publicación, antes o después de la muerte del redactor; sobre escritores que alcanzan cierta fama con su primera obra y después desaparecen de los cenáculos literarios; sobre matrimonios o parejas formadas por dos escritores (Zelda y Scott Fitzgerald; Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares; Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir); sobre la relación entre el tabaco y la creación literaria; sobre las sempiternas peleas y riñas entre escritores; sobre las tensas amistades que unen a los editores con sus autores, y cómo pueden degenerar en odios acérrimos…
Es evidente que algunos artículos son mucho más interesantes que otros. ‘El oficio de escritor’, por ejemplo, nos habla sobre los orígenes curiosos e inciertos de algunos libros: los instantes brevísimos e intensos en los que al escritor “se le aparece” la historia que debe escribir, o las revelaciones ante determinados acontecimientos que, de alguna forma, “dictan” la futura novela. A través de algunas experiencias, como las de Luis Mateo Díez, Enrique Vila-Matas o Luis Landero, el lector se adentra en los hábitos de escritura de los escritores: manías, tiempo de dedicación, espacios en los que necesitan enclaustrarse, etc. No pasan de ser meras anécdotas, claro está, pero la información es extraña y resulta chocante, y lo cierto es que rara vez se tiene acceso a ese tipo de datos. Vean, por ejemplo, los “Seis trucos para escribir novelas” con los que finaliza el artículo:
Thomas Mann era tan cuidadoso con sus personajes que imaginaba incluso cómo sería su firma.
Evelyn Waugh escribió su primera novela en seis semanas, incluyendo las correcciones.
John Steinbeck trabajaba con lápiz, pero tenían que ser redondos, para que las aristas no se le clavaran en los dedos.
Para escribir “Los desnudos y los muertos”, Norman Mailer ideó un curioso sistema; trabajaba únicamente cuatro días a la semana: lunes, martes, jueves y viernes.
Henry Miller siempre defendió que trabajar incómodo constituye una innegable ayuda para la imaginación.
Y el truco de John Updike para superar los momentos de sequía es imaginar el libro que está escribiendo en las baldas de una biblioteca pública. Con las cubiertas gastadas y subrayados. Infalible.
Otros textos, como ‘Locos por la literatura’, en el que se analiza la relación entre dedicación artística y estabilidad mental, son muy interesantes por la profusión de información. Aunque los artículos suelen quedarse en lo trivial y anecdótico (recordemos que en su origen eran columnas de un suplemento cultural), la verdad es que revelan datos que arrojan algo de luz sobre algunas grandes figuras del mundo literario.
Como lectura, “Las bibliotecas perdidas” es atractiva y sugerente; no sobrecarga al lector con un exceso de información y ofrece unas equilibradas dosis de investigación e ironía. Para los amantes de los libros y, sobre todo, de los escritores./S. Molina/LIVDUCA
Me ha parecido realmente interesante esta entrada, y me ha servido de mucho, pues yo estoy escribiendo una trilogía; el primero saldrá este verano (Poder Oculto), y tengo casi terminado el segundo, pero no tengo ni la más remota idea de cómo llamarlo, ni siquiera al tercero. De todas formas-aunque tenga 14 años-, creo que ya se me ocurrirá algo. De todas formas, muchas gracias.
ResponderEliminarCuando tengas el material terminado, la inspiración acudirá. Ten paciencia. Un abrazo.
EliminarEsto me ha ayudado, tengo 14 años y estoy escribiendo un libro y por seguridad no dire el nombre o situacion actual del libro en si pero tengo planeado escribir mas de 10 libros, porque mi inspiracion se ha desbordado tantito al pensar en un libro y todos me gustaron. Mi problema es que aun no tengo una idea totalmente firme de los personajes y eso crea que me tarde de mas para escribir tan solo una hoja
ResponderEliminarYo también tengo estas intenciones, pero la idea la tengo clara. Me falta el título.
ResponderEliminarResumiendo es una historia de amor de cinco amigas de una escuela de danza i cinco chicos, enmedio hay problemas con otra chica que los intenta separar.
A ver que sale!