Veinte años después de su primera publicación, Lo que Varguitas no dijo, de Julia Urquidi, vuelve a publicarse (La Hoguera). Es la respuesta a La tía Julia y el escribidor, la novela autobiográfica del escritor peruano Mario Vargas Llosa
A través de mis padres, conocí a Julia Urquidi. En ese entonces, ya había leído a Mario Vargas Llosa, era una adolescente intransigente en cuestión de gustos literarios e ideas, por lo que cuando mis padres me presentaron a Julia (a quien pasé a llamar tía Julia), no me cayó muy bien que alguien hubiese escrito un libro en el que no dejaba muy bien parado al autor de La ciudad y los perros.
A pesar de eso, Julia me atraía como personaje: era la alegría de las reuniones, alta, muy elegante, y con grandes dotes de conversadora. Después que la vi, en 1995, mi padre me pasó La tía Julia y el escribidor. Los recuerdos que tengo de esa novela tienen que ver con los radioteatros, su divertida dualidad: por un lado, los actores, para nada bellos, interpretando las famosas historias lacrimógenas, escritas por un Pedro Camacho que solamente leía el periódico para no contaminarse por ninguna influencia, y por otro, la idealización en la que caían los radioescuchas al oír las ecualizadas voces. La literatura de Vargas Llosa era ágil, envolvente y demostraba una gran capacidad de observación en las individualidades que creaba y su medio social.
Luego me acerqué a Lo que Varguitas no dijo. Sinceramente, mis impresiones de lectura de la autobiografía en esa época son contradictorias, confusas, pues si bien sentí que se me revelaba la intimidad de un matrimonio descarnadamente, del cual no sé si quería saber tanto, también descubría el comienzo difícil del recorrido de un joven escritor latinoamericano.
Conservo varios recuerdos de Julia, son como fotografías de una película de Almodóvar, ya que para mí ella podría ser perfectamente una protagonista de esas historias circulares, cargadas de mucha pasión. Era muy agradable verla, era el ejemplo de una mujer desinhibida, liberal, similar a esas actrices que parecen estar por encima de los simples mortales. Un buen retrato de ella es el que consigue en los años 80 Presencia Literaria, cuando en la entrevista se le pregunta por su situación sentimental, y ella dice que como la mayoría de las mujeres buscaba a alguien que la conquistara con detalles, como a esas mujeres del siglo XVIII, aunque líneas más adelante confesaba: “Todo eso me causa mucha gracia, porque sinceramente prefiero un vodka con, ginger ale”.
Una anécdota que me estremece hasta el día de hoy tiene que ver con una visita que le hice con mi madre para que me ayudara en una tarea. La profesora había pedido que buscáramos una obra de teatro en francés, por lo que fuimos a molestar a Julia. Esa tarde, como siempre, nos recibió con un cigarrillo entre los dedos, y se comprometió a hacerme una copia en casete de un disco de vinilo que tenía, era La voz humana, de Jean Cocteau. Al final, no sé qué presenté en clases, pero sí recuerdo que tuve el casete, lo guardé durante años como si fuera un regalo sagrado, luego copié otras cosas ahí. Ahora, más de diez años después, su voz es como un dardo cuando releo Lo que Varguitas no dijo, y descubro el valor de esa cinta: “Me compré un disco: La voz humana, de Jean Cocteau, grabado por Simone Signoret. Es la historia de una mujer a quien su amante, que ella ama locamente, la abandona para casarse con otra mujer, a través de un monólogo desgarrador. Por las palabras de ella, se siente la mediocridad de ese hombre. Claro que no era muy alentador para mí, pero lo escuchaba todas las noches antes de irme a la cama”.
Aquel disco representa el periodo más duro de su separación con Vargas Llosa, el cual creo, por momentos, llega a ser hasta inenarrable; cuando está sola en París y escucha este monólogo con delirio, cuando le llega la carta sorpresiva del Perú en la que él le pide el divorcio después de haber hecho las paces; y cuando ella cae en una crisis nerviosa en la que descubre el carácter imprevisible, o podría decirse, ella confirma quizás, inconscientemente; el bovarismo o la histeria de su marido, y pierde su norte en el mundo.
Cuando se llega a ese episodio en Lo que Varguitas no dijo, la autobiografía que la cochabambina Julia Urquidi escribe dándole respuesta a La tía Julia y el escribidor, quien ha leído a los narradores rusos podría hacer una semejanza de esta historia con aquel precioso cuento de Dostoievski Noches blancas, en el cual un hombre y una mujer, bastante solitarios, se conocen y se comprometen en tres noches, aunque, en la cuarta, la mujer le confiesa a su novio que debe romper su promesa, pues había llegado al pueblo el teniente que esperaba desde hacía tiempo para casarse. El cuento finaliza con la reflexión que se hace el ex novio: “¡Dios mío! ¡Sólo un momento de bienaventuranza! Pero, ¿acaso eso es poco para toda una vida humana?”
Y es que Lo que Varguitas no dijo es sobre todo la voz de una mujer que desea reivindicar su vida manoseada por la prensa y los frutos que dio la novela de Vargas Llosa: una telenovela y una película norteamericana. En fin, la autobiografía de Julia es el testimonio de una mujer que, sin ser escritora, fue una artista de su propia vida. Por eso, quienes ahora se acerquen a esta segunda y póstuma edición lanzada por la editorial La Hoguera, deben hacerlo con la seguridad de que éstas son las autobiografías que vale la pena leer, aquellas de una mujer fuera de lo común.EmmaVillazón/eldeberdigital/LIVDUCA
Falleció la escribidora
Julia Urquidi Illanes, la primera esposa de Mario Vargas Llosa, falleció el 11 de marzo de 2010 en su tierra natal, Cochabamba, Bolivia, con quien vivió en París Francia, en pleno desarrollo del “boom” latinoamericano, que le permitió relacionarse con escritores como Julio Cortázar, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y otros escritores que tenían a la capital parisina como su lugar de exilio voluntario.
En esa capital europea sobrevino el divorcio, y la relación fue novelada por Vargas Llosa en la famosa obre “La Tía Julia y el Escribidor”, publicada en 1977 y que mereció, una vez que fue llevada a la pantalla de televisión, la réplica de Julia Urquidi que escribió “Lo que Varguitas no dijo” en 1983, en la que, su vez, narra el fin de la relación entre ambos.
Posteriormente, Julia Urquidi vivió en Washington y finalmente radicó en La Paz y Santa Cruz, donde finalmente falleció ayer.
Sus familiares la recuerdan como una mujer delgada, levemente encorvada, de mirada firme y dueña de una sonrisa astuta que delataba a un ser de personalidad excitante.
“Leía muchísimo, era una mujer muy culta. Fumaba todo el tiempo largos cigarrillos Big Ben que le complicaron la vida”, dijo Wanda Zegarra, que se considera su nieta, pero que en realidad es nieta de su hermana Irma, pues ‘La Tía Julia’ no tuvo hijos.
Una historia de amor
Pedro Camacho, el personaje de la novela de Vargas Llosa, es un boliviano que se va a Lima donde se convierte en un escribidor de radioteatros.
La visión de la relación con la tía Julia que dejara el escritor peruano provocó que Julia Urquidi, en 1983, publique su versión de los hechos en “Lo que Varguitas no dijo”.
“Yo lo hice a él. El talento era de Mario, pero el sacrificio fue mío. Me costó mucho. Sin mi ayuda no hubiera sido escritor. El copiar sus borradores, el obligarlo a que se sentara a escribir. Bueno, fue algo mutuo, creo que los dos nos necesitábamos”, dijo en una entrevista para El Deber, en enero de 2003./El Deber/LIVDUCA
Entrevista a Julia Urquidi, la “tía” del escribidor
«Como dice el poema: ‘Vida, nada me debes; vida, estamos en paz’»
Alejada de la vida pública desde hace más de dos décadas, doña Julia Urquidi murió el miércoles 10 de marzo a causa de una complicación respiratoria. Tenía 84 años.
• Nació en cochabamba el 30 de mayo de 1926. Fue la cuarta de cinco hermanos. Se casó tres veces. No tuvo hijos. Fue la ex esposa del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
“Ustedes, los periodistas, son muy embromados. Abren, hurgan y hurgan”, fue una de las primeras cosas que me dijo, en diciembre de 2002, Julia Urquidi Illanes cuando abrió la puerta de su casa en el residencial barrio de Sirari. Aún recuerdo su sala, aquélla donde pasaba casi toda la mañana leyendo y escuchando música, mientras el olor a tabaco consumía su tiempo. Era su refugio, donde tenía fotos por todos los rincones, imágenes de sus hermanos, de sus sobrinos, de la familia que tanto adoraba. Era inevitable no detenerse en cada portarretrato, mientras ella, delgada, levemente encorvada, de ojos claros y de sonrisa astuta, compartía generosamente sus recuerdos. Y es que la mujer era un torrente de ideas, un saco sin fondo de memorias. Sus palabras desbordan cualquier cuestionario, porque dentro de ella las ideas bullían a razón de 76 años de lucidez. Con un aspecto de señora implacable, tenía congelado en su porte y en su mirada esa rebeldía que la hizo famosa, pero también esa vivacidad y energía que tal vez fue la que enamoró al peruano Mario Vargas Llosa y que lo inspiró a escribir la novela “La tía Julia y el escribidor”. Fueron más de dos horas de una inolvidable conversación. De aquella mañana no sólo quedan 12 páginas de una larga transcripción, sino también parte del pasado que Julia Urquidi se atrevió a develar con mucho aplomo y serenidad. Algunas de ellas salieron publicadas en 2003, pero muchas otras, quizás las más personales, las publicamos hoy… Aquí las palabras de una dama emblemática, que falleció la semana pasada a los 84 años.
- ¿Cómo es Julia Urquidi Illanes?
- Soy una persona muy sencilla, muy humana. En la amistad soy terriblemente leal y querendona. No tengo mal carácter, pero tengo carácter, que es muy distinto. No me dejo doblegar, siempre digo: ¿Y por qué? Tampoco lo hago por creerme superior, porque nadie es superior a nadie, sino por mí misma, por autoestima. Creo que no hay peor cosa que el egoísmo, que la envidia. Gracias a Dios, no sé lo que son esas palabras... Créame, ni en las cosas más tremendas que han pasado en mi vida he maldecido a nadie, jamás he sentido rencor.
- Si filmáramos una película de su vida, ¿con qué imágenes tendríamos que empezar?
- Con imágenes de mi niñez, de mi segundo matrimonio, de mi vida hogareña…
- ¿Fue una mujer de muchos amores?
- No, aunque parezca mentira. He tenido muchos enamorados, pero enamorarme, enamorarme... máximo tres veces en mi vida.
- ¿Cuántas veces se casó?
- La primera vez fue con un muchacho de La Paz. Viví cinco años en una finca en el altiplano, un lugar maravilloso a orillas del lago Titicaca. Una belleza. Estuve casada cinco años. Sucedieron cosas personales, desavenencias, cuestión de caracteres…
- ¿Ahí llegó a su vida Vargas Llosa?
- Yo era diez años mayor que Mario. Lo conocí cuando era chico, cuando vivía en Cochabamba, porque su abuelo era cónsul de Perú. Fui a pasar unas vacaciones en la casa de mi hermana, que es casada con Lucho Llosa, que es hermano de Mario. ¡Es un lío familiar tremendo!, porque Mario es primo hermano de su señora. Entonces, lo conocí y poco a poco empezamos a enamorar hasta que nos casamos. Mario tenía 19 años y yo 29. Me metí a la piscina y dije: “Bueno, veremos qué pasa, que me dure un año”, pero duramos nueve de casados y uno más en los trámites del divorcio. Mario se graduó de Literatura cuando estaba casado conmigo.
- ¿Qué la enamoró de él?
- Bueno, su forma de ser... Era muy tierno, sensible, discutíamos mucho sobre libros, leíamos entre los dos, íbamos al cine... Había varios puntos de contacto, era como si todo estuviese previsto para encontrarnos.
- ¿Nunca más lo volvió a ver?
- No. Se enojó cuando yo saqué mi libro “Lo que Varguitas no dijo”. Al Vargas Llosa de ahora no lo conozco. Hace muchos años que no sé nada de él. Sólo lo leo… ¡Ah!, y lo veo en televisión, y no me significa absolutamente nada.
- ¿Por qué se enojó?
- Porque dije la verdad. Despinté a Vargas Llosa y eso le dolió mucho. Tiene un ego muy profundo.
- ¿Y qué fue lo que Varguitas no dijo?
- Uhhhh, muchas cosas. Por ejemplo, él escribió “La tía Julia y el escribidor” sin consultarme, cambiando muchas cosas, tergiversando la realidad. Se hicieron telenovelas, películas... De todo. Nunca me dijo nada. Cuando nos divorciamos él me cedió los derechos de autor de “La ciudad y los perros”, que fue su primer libro y lo escribió cuando estaba casado conmigo, porque yo renuncié a pensiones, a todo, pero él me obligó, habló con mi abogado y me cedió los derechos. Cuando saqué mi libro, porque me harté de tanta mentira, se enojó y me quitó absolutamente todo. No tenía derecho a hacerlo, estaba en mi sentencia de divorcio. ¿Pero meterme en líos por dinero? ¡No! Además de por medio está mi hermana. Para nosotros, la cuestión familiar está antes que todo.
- ¿Qué le molestó de “La tía Julia y el escribidor”?
- Que negociara con un amor que fue muy lindo. Yo me divorcié porque él se enamoró de Patricia estando casados. Ella vivía conmigo en Perú. Son cosas familiares que no valen la pena contarlas y punto, cosas de más de 30 años que ya ni me acuerdo… Sacó unos derechos de autor bárbaros.
- ¿Fue al matrimonio de su sobrina?
- Al matrimonio no fui, pero los invité a mi casa cuando yo vivía en Washington. Llegaron allá, los fui a esperar, los recogí. Había una relación. Yo lo entendí perfectamente bien. Por eso te digo que uno tiene que comprender cuando el amor se acaba, no puede quedar ni odios ni rencores. No se puede obligar a los sentimientos.
- ¿Jamás sintió cólera?
- Ah, por supuesto que sí... Sobre todo porque hubo muchas mentiras, muchas cosas que no me gustaron. Por eso, creo que hay que ser sincero con los demás y con uno mismo. Las cosas se hacen hablando. Decir: “Bueno, esto es así, perdóname, discúlpame, pero tengo que ir por este lado”.
- ¿Cómo se decidió a escribir la respuesta?
- Cuando sentí que se estaba explotando mi vida, mi vida familiar. Además que en cada telenovela me aumentaban la edad. Mira, se hicieron dos telenovelas: una colombiana, que era espantosa, horrible. Yo le rogué que no la haga, pero no... Esto (el dinero) prima mucho. Después, hubo una película americana, que hace unos 15 días la vi en televisión... ¿Y no sabes quién me hizo la carátula de mi libro? Carlos Mesa. Carlos me ayudó mucho a corregirlo, a publicarlo.
-¿Usted ganó con su libro?
- Lo publicó Última Hora, de Mario Mercado, que, dicho sea de paso, nunca me pagaron los derechos de autor, sólo me dieron cinco mil bolivianos (risas). En serio, no me pagaron nunca y la venta fue buena. Era prohibido vender fuera de Bolivia, pero donde más se vendió fue en el exterior. He recibido cartas de los lugares más extraños por el problema del libro. Me felicitan por mi actitud, por mi valentía. Pero no crea que me santifico. Escribo los errores de él y los míos.
- ¿Errores?
- Muchos. El principal fue que él dejó de quererme, y el mío tal vez –como él me acusaba cuando yo me enteré de lo que había entre él y Patricia– eran los celos. Pero no eran celos, sino realidades. Nunca he sido celosa con Mario. Él era celoso conmigo, siendo 10 años mayor; yo no. Eso sí, nunca me hizo una escena.
- ¿Nunca más volvió a escribir?
- No. Fue su nacimiento y muerte. Podría escribir muchas cosas, pero, sabes qué, es muy doloroso sacar los recuerdos. No fui directamente a escribir, sino que hablaba. Llené 20 casettes por ambos lados y después compaginé. Tardé tres años en escribir. Hay muchas cosas que no quise decir, porque no valían la pena.
- ¿Varga Llosa leyó su libro?
- No sé, dice él que no, pero en una entrevista dijo que aceptaba un libro lleno de mentiras… Si no lo ha leído, ¿cómo sabe que hay mentiras? (risas). Mario hasta me dedicó la “Tía Julia...”, puso: “A Julia Uriquidi Illanes, a quien tanto debemos yo y este libro”. Por eso yo también le dediqué el mío a él: “A mi sobrino Mario Vargas Llosa”, porque ahora es mi sobrino político. Antes no era nada mío.
- ¿Cree que él cambió?
- Cambió hasta en su forma de pensar, porque era muy de izquierda. Mario iba a Cuba como quien iba a Cotoca. No sé por qué cambió. No tengo idea... Creo que tuvo cierto problema con un libro, con “La Casa de las Américas”, pero no estoy segura.
- ¿Postuló para ser presidente?
- Eso le ha valido para que nunca tenga el Premio Nobel de Literatura, por político. Cada año él postula, pero nunca sale. Una vez me preguntaron qué me parecía Mario como presidente. Yo le dije: “Para mí, por lo que él ha sido, por lo que ha luchado, creo que para él sería mejor el Premio Nobel que la banda presidencial de Perú”. Se ha sacado todos los premios habidos y por haber en el mundo... pero el Nobel, no. Y no creo que lo reciba, te vas a acordar de mí (risas).
- ¿Vargas Llosa hizo famosa a la tía Julia?
- Y yo lo hice a él. El talento era de él, pero el sacrificio fue mío. Me costó mucho. Porque sin la ayuda que yo le di no hubiera sido escritor. El trabajar, el ayudarlo, el copiar sus cosas, obligarlo a escribir, fue una ayuda mutua, los dos nos necesitábamos.
- Se dice que la prensa la persiguió mucho, pero usted…
- La vez que venía Mario a Bolivia, tenía que descolgar el teléfono. Me volvían loca. Me hartaron. Una vez le dije a un periodista por qué no la entrevista a su señora. “Porque su señora no tiene nada que ver en su vida de escritor”, me dijo. Ha venido hasta la BBC de Londres a hacerme una entrevista. Acepté porque me pagaron muy bien (carcajadas). Es la única entrevista pagada que he dado.
- ¿Cuándo dijo: ‘Ya no hablo más del tema’?
- El asunto estuvo muy trillado. Demasiado comentado, demasiado escrito... Ya no valía la pena, porque era repetir lo mismo. ¿Para qué? Cada quien que vaya por su camino, cada uno con su vida y ¡santa pascuas!
- ¿Doña Julia nunca pensó en tener hijos con Vargas Llosa?
- Esperé, pero lo perdí… Por eso me adueñé de los hijos de mis hermanas y los hijos de mis sobrinos me dicen abuela.
- ¿No se volvió a casar?
- Sí, pero fue un matrimonio absurdo, que ni lo tomo en cuenta.
- ¿No se quedó con ganas de nada?
- Mi vida fue plena. Amé, me amaron; fui feliz, fueron felices; me dieron, di… Creo que no hay que ser tan ambiciosa. Hay que dejar un poquito para los otros. Gracias a Dios, he vivido mucho y ha sido bien vivido.
- ¿Tiene cosas pendientes en la vida?
- Nada, como dice el poema: “Vida, nada me debes; vida, estamos en paz”.
Ella y los escritores
Uno de los escritores que más he admirado y que ha sido amigo fue Julio Cortázar. Lo conocí en París, donde viví siete años. Cortázar era un hombre que tenía un complejo enorme: había que mirarlo para arriba, porque era interminable, era altísimo, tenía cara de muchacho. Julio no envejecía, parecía el retrato de Dorian Grey. Cortázar tenía 50 años y yo unos 33.
Su primera señora era chiquitita, chiquitita, pero se divorció y se casó con una periodista francesa. Era un hombre encantador. Escribió cosas maravillosas. Después me gustaba Neruda, como poeta, y Jorge Edwards, un escritor chileno.
En mi casa también ha vivido la esposa y la madre de Ernesto ‘Che’ Guevara. Eran dos personas estupendas. Su madre, Celia, era una señora encantadora, íbamos al teatro.
La primera esposa del Che, Hilda Gadea, era peruana, como Mario (Vargas Llosa). La llevó para que se aloje en la casa y ella le preguntó si podía ir Celia. Tengo cartas muy bonitas de ella, sobre todo cuando volvió a Argentina. La llevaron directo a la cárcel, porque dijeron que estaba llevando propaganda subversiva. La mamá del ‘Che’ admiraba a su hijo, pero decía que había cometido muchos errores. En esa época existía un grupo subversivo peruano, de un muchacho Blanco y fueron a hablar con Celia para que les diga cómo debería ser el alzamiento armado, una idea tonta porque eran muy pocos. Celia les dijo: “Les voy a decir una sola cosa. Las guerrillas son ideales, pero los idealistas necesitan armas”. ¿Dónde están sus armas? ¡No las tenían! También conocí, en París, a Miguel Ángel Asturias. Para ese entonces, era un hombre que no tenía medios, porque estaba exiliado. Nos turnábamos, con unos amigos, para que almorzara o cenara en alguna casa. Hasta que llegó a ser embajador y ahí se intercambiaron los papeles./Ana Infantas Soto/LIVDUCA
Alguien por aquí que me venda el libro ?
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