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miércoles, 3 de agosto de 2011

Merecida distinción al insigne escritor español Javier Marías






El escritor español Javier Marías acaba de ver recompensada su labor literaria con el Premio de Literatura Europea, un galardón que se le ha concedido en la ciudad austríaca de Salzburgo en reconocimiento al conjunto de una obra que merece ser realzada.

Según resaltó Alexis Grohmann antes de entregar la distinción, Marías ha construido a lo largo de su trayectoria una obra “maestra y capaz de expandir la conciencia del lector” en la cual se observa una prosa “digna de ser leída en voz alta, como un poema”.

Al recoger su premio, señalan desde “La Nueva España”, Marías agradeció el gesto de quienes le concedieron esta condecoración y sorprendió a los presentes con un discurso irónico sobre las pretensiones de los autores jóvenes, las comparaciones y los encasillamientos de críticos y especialistas en cultura.

Minutos más tarde, en entrevista con EFE, el flamante ganador del Premio de Literatura Europea volvió a manifestar su alegría frente a este honor dotado con 25 mil euros que lo pone al mismo nivel que otras personalidades “casi míticas” que ya lo han obtenido, tales los casos de Wystan Hugh Auden, Italo Calvino y Simone de Beauvoir, “todos ídolos de la primerísima juventud”, según reconoció el propio Marías.

Cabe destacar que el creador de propuestas como “Los dominios del lobo”, “El monarca del tiempo” y “Mañana en la batalla piensa en mí” sólo admite distinciones internacionales, es decir, rechaza todo aquello que surja como recompensa desde el Estado de su tierra natal ya que considera que el ámbito estatal “no tiene por qué dar nada a un escritor”. Según dice, jamás aceptaría un premio oficial, pero como admite que su decisión puede estar influida por ciertas “antipatías”, tal vez en un futuro esta visión cambie y su labor pueda ser distinguida con algún galardón, aunque todos sabemos que los premios literarios no son evidencia de superioridad intelectual./EFE/Poemas del Alma/LIVDUCA

Letras con letras, o letras con arte - Literatura comparada, un tema de todos los tiempos



La literatura comparada es una disciplina que forma parte de los estudios literarios. Su objeto de estudio es multinacional y

cuenta con una perspectiva supranacional, ya que se dedica a la comparación de una literatura con otra o a la comparación entre la literatura y otras expresiones artísticas.

Es importante tener en cuenta la filosofía liberal que fue clave en el nacimiento de la literatura comparada, que se desarrolló con la intención de superar los límites impuestos por el nacionalismo cultural del romanticismo.

Puede decirse que la literatura comparada tuvo su origen en la primera mitad del siglo XIX, de la mano de Jean-Jacques Ampère (1800-1864) y Abel-François Villemain (1790-1870). Se dice que esta disciplina literaria es una consecuencia del postromanticismo.

La primera publicación dedicada a la literatura comparada fue editada en 1877. Su nombre era “Acta comparationis litterarum universarum” y su edición corrió por cuenta de la Universidad de Cluj (hoy perteneciente a Rumania).

El contexto histórico es esencial para comprender el desarrollo de la disciplina. Tras la Primera Guerra Mundial y antes de que se desencadene la Segunda, los estudiosos confiaban en que la literatura comparada permitiría el entendimiento y la comprensión entre las naciones europeas. De esta forma, la guerra sería una posibilidad más lejana.

Finalmente, la Segunda Guerra Mundial no pudo ser evitada, aunque la literatura comparada logró seguir desarrollándose en los Estados Unidos. Fueron creados numerosos departamentos universitarios de esta disciplina, que luego sufrió un freno con la denominada guerra fría.

En países como España, por ejemplo, la titulación de Literatura Comparada (unida a la de Teoría de la Literatura) recién aparece en la década del “90, con la Ley de la Reforma Universitaria. Los profesores Alejandro Cioranescu (1911-1999) y Claudio Guillén (1924-2007) son considerados como dos de los principales referentes de la disciplina en el ámbito académico español./Poemas del alma/LIVDUCA

domingo, 31 de julio de 2011

Nom de plume : Insignes escritores detrás de sus célebres pseudónimos






“Los pseudónimos son como un guante de terciopelo, tienen un tacto suave pero nunca llegan a ser tan cálidos como la yema de los dedos.”

Dentro del constante juego autor-lector que encontramos en la literatura en general, no es raro hallar casos de escritores que no son exactamente lo que quieren hacernos creer. Más allá del engaño narrativo, podemos ver autores que se reinventan a sí mismos, como si fueran otro personaje más, de mil maneras distintas, de las cuales una de las más populares, por tantas razones, es cambiarse el nombre. A continuación enumeraremos algunos de los más raros y notables.

En caso de mencionar el nombre Howard Allen O’Brian, es muy probable que a nadie le resulte familiar. Sin embargo, Anne Rice es un nombre muy conocido, y ambos corresponden a la misma persona. Bautizada como Howard Allen en honor a su padre, la escritora no tardó en cambiarse el nombre por algo un tanto más femenino, Anne, y adoptó el apellido al casarse con su marido, el poeta Stan Rice. El caso de Rice es peculiar, además, ya que generalmente son las mujeres las que optan por escoger nombres masculinos en la literatura, como demostraron las hermanas Brontë, que optaron por hacerse llamar Acton Bell (Anne Brontë), Currer Bell (Charlotte Brontë) y Ellis Bell (Emily Brontë) para sus primeras obras, con la esperanza de que se les tomara más en serio en una época en la que las mujeres generalmente se dedicaban a la menospreciada novela romántica. Algo parecido le ocurrió a George Elliot, nacida Mary Ann Evans, que además se escudaba en una falsa identidad para ocultarle al público en general su larga relación de amor y convivencia con un hombre casado.

Hay muchos motivos que empujan a un autor a esconderse detrás de un pseudónimo. En el caso de Eric Arthur Blair, la publicación de su obra Sin blanca en París y Londres, inspirada en sus propias experiencias desempeñando todo tipo de trabajos en las ciudades mencionadas mientras intentaba hacerse un nombre como escritor, lo obligó a utilizar un nombre falso para no incomodar con la obra a sus padres. Aunque hizo uso de varios pseudónimos, será el de George Orwell el que finalmente le traerá el reconocimiento debido, con novelas como 1984 o Rebelión en la granja. También se han utilizado pseudónimos con frecuencia para separar dos tipos de actividad, como le ocurrió al matemático Charles Lutwidge Dodgson, quien adoptó el nombre de Lewis Carroll para separar su prestigio como científico de su éxito como escritor (se trataba de un juego de palabras con su nombre original: Lewis es otra forma adaptada al inglés de Ludovicus, la versión latina de Lutwidge, y Carroll es un apellido irlandés parecido al nombre latino Carolus, de donde proviene Charles).

Algunos pseudónimos son ya casi material de leyenda. No queda nada claro el origen real del nombre Mark Twain, con el que Samuel Clemens comenzó a firmar sus obras en 1863. Aunque el propio Clemens explicó que hacía referencia a una expresión usada para designar el estado de un río (significa dos brazas de profundidad), dicha explicación ha sido frecuentemente puesta en duda, ya que algunos de sus biógrafos aseguran que hace referencia al alcohol que bebía de fiado en la taberna de John Piper en Nevada.

Las razones que se escondían tras estos nombres falsos eran sencillas: vergüenza, interés profesional, o la necesidad de cambiarse de sexo. Pero se dan algunos casos donde la propia identidad del escritor se desdobla con el pseudónimo, creando un tira y afloja muy particular entre escritor y alter ego. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con Stephen King y Richard Bachman.

Cuando King estaba ya en la cúspide del éxito, se preguntaba frecuentemente si éste se debía a una simple cuestión de suerte y excelente márketing, o al talento en sí. Además, le irritaba no poder publicar la cantidad de libros con la frecuencia que querría, ya que sus editores limitaban su producción a un libro por año para no saturar el mercado. Así que se inventó al escritor Richard Bachman (escogió el nombre Richard en honor al pseudónimo del escritor Donald E. Westlake, Richard Stark; y el apellido Bachman por el grupo de rock Bachman-Turner Overdrive), y publicó con éste una serie de libros usando escasos medios publicitarios, para ver cómo funcionaría. Lamentablemente para King, el secreto no duró mucho, ya que los libros estaban llenos de referencias a su obra en general, y el estilo era muy similar al que empleaba con su nombre real, algo que los fans no tardaron en reconocer, a pesar del esfuerzo del escritor por crear una persona ficticia, con foto y dedicatorias falsas en los libros firmados por Bachman. Acabó dándose por vencido, y mató a Bachman, informando de su “fallecimiento por cáncer de pseudónimo” (aunque desde entonces se han “encontrado” varias obras póstumas del autor). King no fue el primer escritor famoso que decidió escribir bajo pseudónimo para probarse, en Francia algo similar fue llevado a cabo por Romain Gary, que publicó varios libros con el nombre de Émile Ajar, en un intento de descubrir si sus libros tendrían la misma aceptación sin la influencia de su propio prestigio. El resultado de su experimento (que a King realmente no le dio tiempo de comprobar, ya que se descubrió antes de tiempo su ardid) fue positivo, obteniendo unas cifras de ventas notables.

Más allá de lo conveniente de hacerse pasar por hombre o por mujer, cada vez es más común que los escritores reduzcan a iniciales su nombre para evadir los prejuicios asociados a cada sexo. En especial, las mujeres procuran esconder su nombre usando esta treta para publicar en géneros todavía asociados a escritores masculinos, como es el caso de la ciencia ficción. Un buen ejemplo sería D. C. Fontana (Dorothy Catherine Fontana), guionista de la serie Star Trek, que también ha utilizado varios pseudónimos masculinos. La propia J. K. Rowling prefirió abreviar su nombre para no condicionar con éste a lectores habituales de fantasía, género donde el sexo femenino puede asociarse a un tipo de literatura más romántica, menos “épica” que la de sus equivalentes masculinos. Otro caso curioso, en lo que se refiere a la literatura fantástica y a la ficción especulativa, es el que lleva años dándose en nuestro país, por el que numerosos escritores españoles utilizan nombres extranjeros para publicar sus obras, debido a la desconfianza que todavía existe hacia la calidad de lo producido en España dentro de dicho género.

España cuenta con una larga tradición de utilizar nombres de guerra para el ejercicio literario, y a veces eran realmente más títulos bélicos que autoriales, debido a su uso como tapadera para todo tipo de peleas, insultos y combates lingüísticos y personales.

El pseudónimo llegó a convertirse en un nombre tapadera, como es el caso del conocido Alfonso Fernández de Avellaneda, que en 1614 hacía circular una versión apócrifa de una obrilla llamada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y que incluía en su prólogo toda una colección de palabras de desprecio hacia el autor de dicha obra, Miguel de Cervantes. En cuanto a quién se hallaba detrás del nombre Avellaneda, nadie lo sabe con seguridad, pero se barajan nombres como Jerónimo de Pasamonte, Pedro Liñán de Riaza, Baltasar Elisio de Medinilla o Cristóbal Suárez de Figueroa. En los casos primeros, sobre todo, parece estar involucrada la vengativa mano del dramaturgo Lope de Vega, que pudo haber encargado dicho apócrifo a alguno de estos escritores, amigos suyos, o haberlo realizado, parcialmente, él mismo. Lope no era ajeno a los pseudónimos, se le conocen varios, entre los que destaca, seguramente, el de Gabriel Padecopeo, que utilizó para algunos de sus poemas, probablemente para ocultarse de la furia de maridos, hermanos y padres de las mujeres a las que agasajaba en sus versos.

Otro nombre artístico con el que se han deleitado los lectores españoles ha sido el de Miguel de Musa, con el que un joven Francisco de Quevedo escribió unos versos que parecían parodiar el estilo de un tal Luis de Góngora, una imitación burlesca que el cordobés no perdonó y que inició una de las batallas literarias más conocidas del mundo literario. También tenemos casos de mujeres escritoras que utilizaron nombre masculino para poder hacerse hueco en un mundo de grandes autores y escasas autoras, ya lo hacía en el siglo XIX Cecilia Böhl de Faber al firmar como Fernán Caballero.

La lista es larga, y de muchos se han destapado los nombres originales (o nunca se ocultaron en gran medida, usándose, simplemente para distanciarse del nombre utilizado en su actividad profesional). En el caso de Azorín, por ejemplo, la posición política del escritor y su uso ferviente del periodismo como medio de crítica y ensayo lo impulsaron a utilizar varios pseudónimos diferentes, si bien al final de su vida los abandonó para firmar con J. Martínez Ruiz, su nombre real. Cabe mencionar también a Valle Inclán, bautizado Ramón José Simón Valle Peña, que tomó su nombre artístico de su antepasado, Fernando de Valle Inclán.

Y en otros países hispanohablantes no podemos dejar de mencionar a Plácido, el cubano Gabriel de la Concepción Valdés; al chileno Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto), o a la también chilena Gabriela Mistral (Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga).


Que el mundo conozca tu pseudónimo literatoso es peor que ser desenmascarado en la Arena México.

En los premios literarios, el concursante debe ocultar su nombre.

En México hay dos tipos primordiales de pseudónimo literario: el jocoso y el heterodoxo.

Para ejemplo, la lista de pseudónimos del II Premio Internacional Letras del Bicentenario: Zapatitos Rojos; Jarín Fonz; Alicia Adora; Esa vez Bonifacio; Eleya de Llerena; Doña Pepa, la costilla de Hidalgo; El gancho rubio; El otro Wakefield; Su perrillo; Polifemo y El Charro Beltrán.

El monto de estos premios fue 25 mil dólares para primeros lugares; 15 mil para segundos y 5 mil para terceros. Con todo y dineral, los ganadores preferirían que su pseudónimo fuese ocultado. Todo pseudónimo es indigno.

Empero, prensa e institutos, o creen que el pseudónimo es una información relevantísima y por eso la publican, o la difunden para humillar a los literatos: que el mundo conozca tu pseudónimo literatoso es peor que ser desenmascarado en la Arena México.

Todo escritor sabe que el pseudónimo es ridículo. Muchas veces para ofuscar ese ridículo, paradójicamente, recurre al paroxismo. Por eso los pseudónimos chistosones.

En mi caso he firmado como “El Pato Lógico” que, concluí, tras años de abisal meditación, ¡era pseudónimo perfecto! Asegura que mantengas tu anonimato, jamás ganando.

Un mal pseudónimo puede arruinar tu carrera literaria. Si has concursado y dedicado horas a pensar qué pseudónimo usar, no eres paranoico. Título, índice y pseudónimo son los tres criterios reales de los jurados.

La otra tendencia dominante —poner un nombre algo raro, foráneo, irreal, digamos, Katrina Petrovskova— se debe a que la pseudonimia causa regresión psicológica, devuelve a la infancia, casi a los cuentos de hadas.

No sólo debido a que inventar nombres es un juego infantil muy común sino porque despierta la ilusión de ganar. Concursar infantiliza.

Una ceremonia de premiación literaria es como una asamblea escolar, donde, para colmo, anuncian tu bochornoso pseudónimo por un micrófono.

El pretexto burocrático del pseudónimo es proteger la identidad del concursante (evitar prejuicios en los jurados); la razón verdadera, aniñar escritores.

¿Qué es un pseudónimo literario? Un contrato involuntario entre la sociedad y el escritor, a través del cual los escritores revelan su alter ego.

Ya dicho esto, las dos tendencias de la pseudonimia literaria quedan explicadas: la personalidad secreta de los escritores mexicanos corresponde a la de bufones o soñadores.

En el futuro, algún ducho hermeneuta descifrará el significado cabal de los pseudónimos (que almacenan información acerca de la imagen interna y el lugar que ocupan los intelectuales en las sociedades).

Pero, por supuesto, esta investigación indispensable no es un vericueto que pueda acometer alguien que hasta hace unos minutos se apodaba El Pato Lógico./Gabriella Campbell/Lecturalia/Heriberto Yepes/El Milenio/Foto: Dreww Coffman/LIVDUCA

Fallece en México el escritor cubano Eliseo Alberto de Diego García Marruz


Eliseo Alberto de Diego García Marruz (Arroyo de Naranjo, Cuba, 1951), más conocido por todos como “Lichi”, uno de los escritores más entrañables de cuantos han llegado a México en las últimas décadas.


El 14 de julio, de cara a la muerte, sonriendo, sin dejar de vivir como le gustaba, con su cigarro hasta el final, Eliseo Alberto, fallecido este domingo en la ciudad de México a los 59 años, publicó sobre la búsqueda del riñón, y sobre la generosidad de los pocos que donan sus órganos: "Hoy quisiera escribir sin la emoción que siempre provoca la gratitud para así (lúcido, objetivo, honrado en la martiana interpretación de la palabra) poderles contar una historia que me tocó vivir a lo largo y hondo de treinta horas de fe, mil ochocientos minutos de esperanzas, ciento ocho mil segundos de caridad...".

El ganador en 1998 de la primera edición del Premio de Novela Alfaguara con Caracol Beach contó en su entrega de ese jueves en el diario Milenio, la última que haría en vida, la emoción de la esperanza de que por fin pudiera recibir el órgano que podría alejarle de morir: "El martes llamé al doctor Rossano y me confirmó que los dos trasplantes (que precedieron el suyo) resultaron exitosos: "Ya orinan", me dijo, "y yo pensé, al apagar mi último cigarro, que debía brindar con agua de Jamaica por los que aceptaron, con todo el dolor del mundo, donar los órganos de su ser querido. Y brindar por los que tomarán mañana idéntica decisión, y también por mis adorables médicos y enfermeras".

El autor de Informe contra mí mismo fue intervenido finalmente el siguiente lunes pero una complicación cardiaca terminó este domingo con la vida en el Hospital General de México de Eliseo Alberto de Diego García Marruz, mejor conocido por todos como Lichi, uno de los escritores más entrañables de cuantos han llegado a México en las últimas décadas. "Cercano, jaranero, jodedor en cubano, ése era Lichi, al que recordaré sentado en la mesa de casa y contándonos unas historias maravillosas, corrompiéndonos de alegría y risa. Era la broma más feliz del mundo", evocó ayer para El País su paisano Waldo Saavedra.

Víctima de la dictadura cubana, fue declarado traidor por los Castro. Sobre Informe contra mí mismo en una entrevista dijo "es un libro sobre Cuba, que se escribe sólo una vez. A mucha gente le hizo bien, y sin ser pedante sé que si soy recordado alguna vez va a ser por esa obra". En ella emprende "la búsqueda de respuestas a lo qué pasó con la emoción de los años de la Revolución, no con la razón ni con la pasión. Como siempre he dicho: se trata de un libro en el que yo defendí un solo derecho: el derecho a estar equivocado, algo que poco se reconoce y menos por los políticos".

Escribió también Una noche dentro de la noche y Esther en alguna parte. Y además de escritor, periodista y editor, fue guionista de radio, televisión y cine. Entre otros, colaboró con Tomás Gutiérrez Alea en la cinta Guantanamera. Dio cursos en el Sundance Film Institute, y en escuelas de cine de Cuba y México.

Cuando Eliseo Alberto se encontraba luchando por su vida después de la operación, el escritor Jorge F. Hernández fue invitado por el diario Milenio a escribir en su tribuna y sobre él: "Por Lichi confirmé que las crónicas pueden ser prosa perfecta salpicada de poesía pura y que cada jueves uno ha de asumir con resignación honesta que no hay nadie que cuaje una columna tan llena de vida y voces, tan docta en almas y en apuntar la cicatriz de la belleza o el engañoso guiño de la maldad como lo hace Eliseo Alberto cada semana".

"Queda prohibido no donar", escribió Eliseo Alberto al final de su crónica que él nunca quiso que fuese de despedida, pues quería ver como muchos enfermos, "sin que nadie les contara (...) el sol, claro, ¿no lo ven?, salió como siempre a la mañana siguiente. Lo dijo el poeta Eliseo Diego, mi padre: La eternidad por fin comienza un lunes./Salvador Camarena/El País/LIVDUCA