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sábado, 30 de abril de 2011

Ernesto Sabato, meritorio escritor argentino fallece el a los 99 años


El escritor Ernesto Sabato, premio Cervantes de Literatura en 1984 y uno de los intelectuales más influyentes de Argentina durante varias décadas, ha fallecido en Buenos Aires a los 99 años. Sabato, reconocido internacionalmente por sus novelas El túnel y Sobre héroes y tumbas, había nacido el 24 de junio de 1911 en la ciudad bonaerense de Rojas. Premio Cervantes en 1984, su nombre está también fuertemente asociado a la transición democrática argentina. Raúl Alfonsín, el primer presidente constitucional surgido después que los militares abandonaran el poder, le nombró al frente de la Comisión por la Desaparición de Personas (CONADEP), el organismo que elaboró el primer informe estatal sobre los efectos de las violaciones a los derechos humanos entre 1976 y 1983.

El rey Juan Carlos dialoga con Ernesto Sábato y su asistente, Elvira González Fraga, en un acto en noviembre del 2004. HÉCTOR RIO | EFE

Como muchos hombres de su generación, Sabato se interesó desde muy temprano por la política. Descubrió esa pasión cuando estudiaba matemáticas y se convirtió en militante del movimiento de Reforma Universitaria, hegemonizado por el comunismo. En los años 30 se incorporó a ese partido, pero las noticias provenientes de Moscú, sumergida en el terror stalinista, lo llevaron a tomar otros caminos antes de que se iniciara la segunda guerra mundial.

"Era un lugar en donde uno se curaba o terminaba en un gulag o en un hospital psiquiátrico", dijo sobre su estancia en Moscú.

Primer libro

Sabato obtuvo el doctorado en Física en la Universidad Nacional de La Plata. Continuó su formación en París, donde profundizó su acercamiento a la literatura. "Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas”, evocaría. Pronto, las ciencias duras serían cosa del pasado. "En el Laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que podía aspirar un físico, me encontré vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia que mi alma rechazaba".

En plena guerra mundial decidió cambiar de vida: se abocó a la literatura y, también, a la pintura. Su primer libro no fue, sin embargo, de ficción. Uno y el universo, editado en 1945, reúne sus reflexiones sobre el papel de la ciencia y el proceso de deshumanización de la sociedad. Tres años más tarde, ganará reconocimiento literario con El túnel, una novela breve que traducía en clave argentina los efectos del existencialismo francés. Albert Camus la hizo traducir en París.

Para entonces, Sabato empezaba a ocupar un lugar en la cultura argentina. El país era escenario de una fuerte polarización política. El escritor se colocó en el bando de los antiperonistas.

Caída del peronismo

En 1951 publicó Hombres y engranajes, un ensayo en el que profundiza sobre las inquietudes de Uno y el Universo. Tras la caída del general Juan Domingo Perón, en 1955, fue nombrado interventor de la revista Mundo Argentino por el Gobierno militar. Sabato es uno de los primeros intelectuales que intenta comprender el fenómeno del peronismo abandonando el rechazo visceral que lo hizo festejar el derrocamiento. Esa nueva mirada estuvo influenciada por un hecho del cual fue testigo: mientras el escritor y sus amigos celebraban la huida de Perón, vio llorar en un rincón de la casa a la empleada doméstica. Sábato renunció a su cargo oficial, denunció la represión de la Revolución Libertadora y escribió El otro rostro del peronismo: Carta abierta a Mario Amadeo, libro en el que elabora una mirada más piadosa de Eva Perón.

En 1958, durante la presidencia de Arturo Frondizi, Sábato fue designado director de Relaciones Culturales en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Renunció por desavenencias políticas. Ya estaba inmerso en la obra que le daría más lustre local e internacional: Sobre héroes y tumbas, en la que narra la decadencia de una familia aristocrática, intercalada con un relato sobre la muerte del general Juan Lavalle, un héroe de la Independencia argentina. Incorpora además una larga sección Informe sobre ciegos, que tiene un fuerte componente fantástico. El informe fue llevado al cine por su hijo Mario Sabato.

La dictadura de Videla

En los 70, Sábato tuvo una efímera alianza artística con Astor Piazzolla, quien tuvo la intención de realizar un musical sobre su novela. Este proyecto terminó plasmándose con el folclorista Eduardo Falú, con quien grabó el disco Romance de la muerte de Juan Lavalle; cantar de gesta. Sábato se encargó de los recitados.

Entrados los años 70, los más convulsos de Argentina, Sabato adquiere mayor protagonismo. Sus opiniones políticas oscilan entre una izquierda moderada y un repentino acercamiento al centro. En 1974 publicó Abaddón el exterminador, una novela de corte autobiográfico y argumento apocalíptico en la cual Sabato se incluye como personaje. Es el año en el que recibió el Gran Premio de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

El golpe militar de 1976 sacude a Argentina. El baño de represión que se había iniciado durante la tercera presidencia peronista se hizo más intenso. Sabato fue invitado a almorzar con el dictador Jorge Videla. En esa mesa estuvieron también Jorge Luis Borges y un religioso. Ninguno de los escritores abrió la boca para referirse a la situación de los desaparecidos. En esa lista ya estaba el reconocido narrador Haroldo Conti. Muchos le reprocharán a Sabato ese silencio.

En 1984, el escritor se puso al frente de la CONADEP y escribió el prólogo de su informe, conocido como Nunca más. La tarea de ese organismo antecedió al histórico juicio a los dictadores, en 1985.

Aislado desde final de los 80

Hacia final de los 80, Sabato vive prácticamente aislado en su residencia, dedicado en particular a la pintura. El 21 de diciembre de 1990 se casó por laiglesia con Matilde Kusminsky Richter. La figura del escritor volvió a revalorizarse durante el Gobierno de Carlos Menem. Sabato se convirtió en un crítico pertinaz del presidente que indultó a los violadores a los derechos humanos.

A principios de la presente década publicó La resistencia. Solía decir por entonces, a tono con ese texto: “¡Yo soy un anarquista! Un anarquista en el sentido mejor de la palabra. La gente cree que anarquista es el que pone bombas, pero anarquistas han sido los grandes espíritus como, por ejemplo León Tolstoi”. España en los diarios de mi vejez (2004) es su último libro.

Desde el 2005 que no salía de su casa. Llevaba una vida rutinaria, asistido por enfermeras y asistentes, que le preparan la comida y le leían durante la tarde hasta que se dormía. La actual edición de la Feria Internacional del Libro se aprestaba a realizar un homenaje cuando se ha conocido la noticia de su muerte.7El Periódico/La Nación/LIVDUCA

viernes, 29 de abril de 2011

Nietzsche: “Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos”.



A partir de 1879, el filósofo Friederich Nietzsche sufría problemas de salud que le dificultaban la tarea de leer y escribir. Sobre todo por los fuertes dolores de cabeza y los incontrolables vómitos. Hasta que se le ocurrió la feliz idea de recurrir a la tecnología.

Durante las primeras semanas de 1882, Nietzsche recibió en su domicilio una máquina de escribir danesa, una Writing Ball Malling-Hansen.

Inventada unos años antes por Hans Rasmus Johan Malling-Hansen, director del Instituto Real de Sordomudos de Copenhague, la bola de tipos móviles era un instrumento de extraña belleza. Se parecía a un acerico adornado de alfileres de oro. Cincuenta y dos teclas para letras mayúsculas y minúsculas, los números y los signos de puntuación, sobresalían por la parte superior de la bola en una disposición concéntrica científicamente diseñada para permitir la escritura más eficiente posible. Justo debajo de las teclas tenía una placa curvada que contenía la hoja de papel. Mediante un ingenioso sistema de engranajes, la placa avanzaba como un reloj con cada golpe de tecla. Con la práctica suficiente, el mecanógrafo podía escribir hasta ochocientos caracteres por minuto con aquel aparato, lo que lo convertía en la más rápida máquina de escribir fabricada hasta entonces.

Nietzsche empezó a escribir con aquel artilugio, cada vez más maravillado con sus posibilidades. Incluso aprendió a escribir con los ojos cerrados, usando sólo la punta de los dedos.

Tanto le fascinaba aquella suerte de transductor de su mente que incluso le dedicó una oda:

“Como yo, estás hecha de hierro mas eres frágil en los viajes. Paciencia y tacto en abundancia, Con dedos diestros, exigimos.”

Sin embargo, algo extraño empezó a ocurrir con los textos que mecanografiaba el filósofo. Algo que propios y extraños notaron sin ninguna duda.

Con la máquina de escribir que Nietzsche se hizo, empezó a redactar sus textos A partir de entonces, algo empezó a cambiar en la prosa del filósofo, como si algo hubiese también cambiado en su cabeza.

Uno de sus mejores amigos, el escritor y compositor Henrich Köselitz, se lo señaló, tal y como explica Nicholas Carr:

La prosa de Nietzsche se había vuelto más estricta, más telegráfica. También poseía una contundencia nueva, como si la potencia de la máquina (su “hierro”), en virtud de algún misterioso mecanismo metafísico, se transmitiera a las palabras impresas de la página. “Hasta puede que este instrumento os alumbre un nuevo idioma”, le escribió Köselitz en una carta, señalando que, en su propio trabajo, “mis pensamientos, los pensamientos musicales y los verbales, a menudo dependen de la calidad de la pluma y el papel.” “Tenéis razón”, le respondió Nietzsche: “Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos”.

Esta anécdota literaria sirve para ilustrar hasta qué punto las nuevas tecnologías ejercen una influencia sutil pero determinante en nuestro cerebro. De algún modo, al igual que un carpintero consigue que el martillo se convierta en una extensión de su mano, una máquina de escribir se convierte en una extensión de la mente. De algún modo, nos transformamos en una máquina de escribir.

T. S. Eliot tuvo una experiencia parecida cuando pasó de manuscribir sus ensayos y poemas a mecanografiarlos:

Al componer (mis poemas) en la máquina de escribir”, escribió en una carta de 1916 a Conrad Aiken, “me da la sensación de estar mudando todas las frases largas en que solía recrearme a un staccato tan cortante como la prosa francesa moderna. La máquina de escribir fomentará la lucidez, pero no estoy seguro de que haga lo mismo con la sutileza.

Así pues, vale la pena investigar qué efectos produce en el ejercicio de transmitir ideas y contar historias el uso de intermediarios en forma de máquinas de escribir o procesadores de textos. Toda herramienta, aunque abra nuevas posibilidades, también impone nuevas limitaciones.

Incluso la disposición de las teclas de una máquina de escribir o un ordenador (querty) no se funda en una optimización de nuestra escritura sino en la resolución de un problema mecánico de la propia herramienta: evitar que los martillos de las letras chocaran entre ellas, en los primeros diseños. Y a pesar de que las máquinas de escribir están empezando a extinguirse, sus efectos se perpetúan en nuestros ordenadores, teléfonos móviles o libros electrónicos.

Obviar la influencia que todo ello causará en el mundo intelectual del futuro sería como obviar la influencia que la imprenta de Gutenberg ejerció en la sociedad de la Alta Edad Media.

Tal y como señala Norman Doidge:

La gente que siempre escribe a ordenador a menudo se ve perdida cuando tiene que escribir a mano. (...) Su capacidad de “traducir los pensamientos a escritura cursiva” disminuye a medida que se acostumbra a pulsar las teclas y ver cómo las letras aparecen como por arte de magia en la pantalla./ Vía | Superficiales de Nicholas Carr/LIVDUCA