La ola de privatización que nos invade con la excusa de la crisis no amenaza solamente el carácter público de muchos servicios sino que implica la desaparición de algunos de ellos, en nombre de la racionalización presupuestaria. La cultura, claro está, no sólo participa de esta fiesta neoliberal sino que es una de las más afectadas, porque ya sabemos que, además prescindible, parece que sea un lujo. Así parece entenderlo la administración inglesa que, sumada a otras medidas, ha decidido cerrar casi cuatrocientas cincuenta bibliotecas y bibliotecas móviles, en una cultura donde, al contrario que en otros países, las bibliotecas sí forman parte del entramado social.
Ante el miedo a que muchas de estas bibliotecas desaparezcan realmente, se han desarrollado diferentes acciones de protesta. A través de un blog los bibliotecarios informan de cuáles son las bibliotecas amenazadas, proponiendo acciones como el envío de cartas y la difusión de información. Como no podría ser de otra forma, diferentes escritores apoyan los actos de las bibliotecas, como es el caso de Alan Gibbons quien llama a unas “jornadas de resistencia contra los cierres”.
Algunas de las acciones son llamativas como la llevada a cabo por los vecinos de la población de Stony Stratford a unos noventa kilómetros de Londres. La protesta ha consistido en un llamamiento al uso del servicio de préstamo de manera masiva, de forma que cada usuario se ha llevado el máximo de libros posibles entre en doce y el quince de enero, con la idea de vaciar la biblioteca de sus dieciséis mil volúmenes. Casi cuatrocientos libros por hora pasaron por el mostrador de préstamo, consiguiendo así su objetivo. La acción fue convocada a través de la red social Facebook. Curiosamente una de las excusas para el cierre de las bibliotecas (deficitarias por definición) es que con Internet cada vez las usa menos gente.
Varios escritores ingleses se han sumado a la causa a favor de las bibliotecas y han comenzado a manifestarse públicamente. Entre ellos Colin Dexter recordando cómo la biblioteca de su barrio cambió su vida:
“Cuando era niño había tres libros en nuestra casa: El Médico Casero, de 1886, una novela victoriana estilo “Mills & Boon” titulada La primera oración de Jessica, y Cantos y Partituras sagradas de los evangelistas estadounidenses Moody y Sankey. De muchacho, inscribirse en la biblioteca constituía un rito de pasaje, y fue a los 14 años, que es la edad a la que me inscribí en la Biblioteca Stamford de Lincolnshire, cuando empecé a leer todas las 17 novelas de Hardy salvo una. La última la estoy reservando para la vejez. El servicio gratuito de bibliotecas públicas fue una de las mayores conquistas del siglo XX. La literatura abre puertas, y hete aquí a nosotros cerrándolas. Es muy triste, y exige un cambio radical de orientación por parte del gobierno, no sólo por los niños y ancianos que las usan, sino porque tenemos una tradición cultural que proteger. El gobierno habla de poder popular. Pues bien: el pueblo no quiere que se cierren las bibliotecas.”
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