Si los libros electrónicos tuviesen la mitad de presencia comercial que tienen en los medios de comunicación no hay duda de que estaríamos, ahora sí, en una verdadera revolución cultural. Por ahora, debemos conformarnos con noticias sobre la evolución de las ventas, avisos de nuevos dispositivos o iniciativas personales de escritores. Estos días han sido varias las novedades, y las polémicas, que apuntan directamente al desarrollo del sector, al futuro editorial del libro electrónico. Por un lado, la investigación de las autoridades europeas de la competencia sobre la política de precios en Francia, por otro, las condiciones que la editorial Harper Collins quiere imponer a las bibliotecas en Estados Unidos.
En Francia agentes de la Comisión Europea han registrado las sedes de varias editoriales, parece ser que se trataría de Hachette, Flammarion, Gallimard y Albin Michel, buscando pruebas de un pacto en el precio de los libros electrónicos de estas editoriales, lo que vulneraría las normas de competencia de la Unión. Las editoriales acusan a Amazon de estar detrás de las denuncias que habrían llevado a esta investigación, dentro del tira y afloja que están protagonizando el mundo editorial francés y el gigante americano.
Así, mientras Amazon intenta evitar que le digan a qué precio debe vender sus libros, parece que algunos editores franceses habían decidido ir más allá y pactar directamente los precios entre ellos, una práctica que ya fue investigada hace unas semanas en el Reino Unido.
En estos momentos, Francia está discutiendo un cambio legislativo que permitiría a los editores fijar el precio de sus libros electrónicos se vendan donde se vendan y opere la tienda donde de opere, lo que traducido a la venta en Internet implicaría la imposibilidad de encontrar diferentes precios para los mismos productos, lo que atenta directamente contra la competencia. La legislación europea de los ochenta permitió que los editores fueran los que deciden los precios, en una excepción cultural proteccionista, frente al liberalismo general de la CE, pero que encontraba el límite en no interferir en el intercambio comercial entre países. En España, la legislación indica que los editores pueden marcar el precio de los libros pero sólo dentro del ámbito estatal.
Tenemos, por tanto, a unos presuntos delincuentes pactando presuntamente precios e intentando mantener su nicho de mercado sea como sea. Este segundo punto es el que ha llevado a la editorial Harper Collins a intentar que las bibliotecas estadounidense acepten unos términos de contrato de compraventa de libros electrónicos que, si no fuera porque el mundo en el que estamos todo es posible en nombre del mercado, debería hacer reír a más de uno; por si acaso se le ocurre sonreír a alguno, la editorial pertenece al grupo Murdoch.
Harper Collins pretende que los libros electrónicos que adquiera la biblioteca puedan ser prestados un máximo de veintiséis veces, desapareciendo entonces de la colección. Es decir, la biblioteca compraría el acceso al libro, no el libro en si, siguiendo el modelo de negocio que otros avezados capitalistas, los editores de revistas electrónicas, llevan explotando desde hace años. La diferencia principal sería que las revistas electrónicas vienen provistas con extras maravillosos para la investigación mientras que Harper Collins ofrece exactamente el mismo producto, pero solo durante un rato. Eso sí, si la biblioteca lo compra otra vez probablemente le salga más barato al no ser novedad. Ante tanta benevolencia muchos bibliotecarios americanos han puesto el grito en el cielo e incluso empiezan a plantearse si no se está llegando al límite.
Aunque los requerimientos de Harper Collins van más allá, el miedo es que si se acepta esto otras editoriales exigirán los mismos derechos draconianos y que es muy poco el margen de acción de las bibliotecas. Una de las propuestas que pueden marcar el camino, y no solo para las bibliotecas, es negarse a comprar libros con DRM (el usuario de libros electrónicos siempre puede encontrar lo que no haya en la biblioteca de manera bastante sencilla, aunque esto es algo que nunca se le explicará en el mostrador de información). Otra opción sería hacer como los lobbies editoriales y dedicar parte del presupuesto a contratar abogados.
Proteccionismo, pacto de precios, libros que se autodestruyen… si estas son algunas de las propuestas que vienen del mundo editorial para afianzar el mercado del libro electrónico creo que vamos a acabar todos con carnet del partido pirata pero, mientras tanto, podemos pensar en la siguiente propuesta, una carta de derechos de propietarios de libros electrónicos presentada en el blog Librarian in Black.
Todo los usuario de libros electrónicos tiene los siguientes derechos:
El derecho a usar libros electrónicos según directrices que favorezcan el acceso frente a la propiedad
El derecho de acceso a libros electrónicos en cualquier plataforma tecnológica, incluyendo el hardware y el software que el usuario elija
El derecho de anotar, citar pasajes, imprimir y compartir el contenido de libros electrónicos respetando los derechos de cita y autor (fair use y copyrigth en el original; fair use sería “uso justo” un concepto más amplio que cita)
Aplicación de la doctrina de la primera venta extendida a los contenidos digitales, permitiendo que el dueño de libros electrónicos el derecho de conservar, archivar, compartir y volver a vender libros electrónicos comprados./LECTURALIA/LIVDUCA
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